Es inexplicable cómo en seis años, las autoridades del gobierno del MAS no hayan recogido amargas experiencias de lo que conllevan las impertinencias que en ningún caso deberían producirse. Hay declaraciones del Primer Mandatario que, intentando ser jocosas, resultan serias en sus resultados; hay situaciones en que él, como cabeza de un Estado, debería guardar la sindéresis y compostura del caso; hay hechos que lastiman al Gobierno pero que dejan una estela equivocada sobre lo que es el país y que al despertar la sorna de quienes escuchan y analizan, nos toman como nación poco creíble, nada seria y que inspira poca confianza.
Por su parte, el Canciller, olvidando la posición que ocupa y ante representantes del cuerpo diplomático, ha lanzado algunos de sus “mensajes” que, por los contenidos que tienen y la significación que se les puede dar, no inspiran confianza alguna por las expresiones que no son serias y que dejan muy poco espacio para pensar y creer en las labores del ministro.
La historia de la política, en las tendencias que fuere, muestra que no siempre causa más daño lo que se hace sino lo que se dice; cómo y en qué circunstancias se expresan términos o conceptos inadecuados. Esta es verdad que, muchas veces, ha producido reacciones siempre contrarias a las esperadas.
El país, pese a lo que se crea, precisa de actitudes serenas, educadas, formadas en valores y que resultan mensajes no sólo de amistad y cordialidad sino expresiones de lo que es una nación que respeta y se respeta, que sabe cumplir con sus obligaciones de transmitir mensajes a una comunidad que espera actitudes constructivas. ¿Cuánto se ha logrado con impertinencias y absurdos?, ¿es que somos propensos a gustar de la burla y sorna de quienes no nos quieren y de los otros que, queriéndonos no vacilarían en mostrarnos poca generosidad en sus expresiones?
El gobierno del MAS, por lo que representa para el Estado boliviano, tiene que estar a la altura que merece Bolivia como república y nación que no sólo cumple con su Constitución y sus leyes sino que sabe de acciones que implican mensajes de amistad y cordialidad; que siempre vive a la espera de acciones constructivas de quienes mantienen relaciones con el país y, además, querría demostrar, con hechos, políticas de efectivos cambios que buscan mejorar su educación, su formación en valores, su desarrollo y progreso.
Lo más grave de estas situaciones –que sería de esperar tome en cuenta el señor Presidente– dañan la imagen nacional al margen de ridiculizar y hacerle mal a quien es representante de todo el Estado. Para los bolivianos, ver actitudes constructivas y respetuosas con el Primer Mandatario siempre es constructivo aunque internamente no se esté de acuerdo con él y su partido; pero, en todo caso, es el Presidente y si debe haber respeto en lo interno, con mayor razón debe existir cuando abandona el territorio cuya representación lleva.
No es grato referirse a este tipo de temas; pero, dada la frecuencia con la que se producen, no queda otro camino que señalarlos como conductas inadecuadas puesto que se debe entender que quienes ocupan altas funciones institucionales, deben ser ejemplo en todos sus actos, sobre todo si se tiene en cuenta que hay una opinión pública sensible y pendiente de quienes tienen la representación de un país.
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