Sábado 15 de agosto de 2020
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Yo no soy muy amigo de ruidos ni de farándulas, pero mentiría si dijese que no me afecta el confinamiento, que no me causa tristeza el paisaje desolado que me rodea. Como si nos faltara, aparte de la pandemia china nos hemos añadido otra de origen local, tan inhumana y tan cruel como aquella. Por falta de oxígeno medicinal ahora hay más muertos en los hospitales. Con estas acciones, los bloqueadores se denuncian a sí mismos como los trogloditas del siglo XXI.
Por contraste, he recordado la jubilosa algarabía de los niños y los jóvenes que antaño transitaban por las calles. Hasta la gente mayor se arropaba, en esos días de festividad cívica, con el mejor indumento personal, para no desentonar con el motivo del aniversario patrio. En ceremonias públicas y escolares resonaban los sones del Himno Nacional o del Salve, oh patria. La tricolor boliviana flameaba luciendo en sus pliegues al viento sus colores…
Ahora vuelan otras moscas. El coronavirus nos ha arrinconado, nos ha enmascarado, nos ha paralizado la vida. Nadie ignora el inminente peligro del contagio; el parásito puede estar esperándonos en la esquina. No hay todavía la vacuna para combatirlo; por ahora sólo estamos a la defensiva: “No salgas, quédate en casa”. Los científicos, las instituciones, los países mismos, están en carrera contra el tiempo y la urgencia. La investigación tomará su tiempo. Todavía están varios en la etapa de la validación social. Pero en el mejor de los casos, la OMS tardará meses en certificar la calidad necesaria. Latinoamérica es ahora el epicentro, lo cual hará que esperemos un poco más. Y entre tanto, tenemos que aprender a convivir con el virus, sin cerrar la economía.
Fuente: Por: Demetrio Reynolds (*)