En los años recientes se ha escuchado sobre la crisis de los valores, por lo general se achaca este mal de la sociedad a los jóvenes, quienes estarían perdiendo la noción de lo bueno y lo malo.
Sin embargo, los valores no se pierden porque los jóvenes dejan de practicarlos, sino porque los adultos dejamos de impartir ciertas enseñanzas a nuestros hijos, hemos dejado de lado la misión que Dios nos encomendó que es la de evangelizar, de mostrar el camino a nuestros niños y jóvenes, de enseñarles lo que está bien y lo que va en sentido contrario.
Con decir yo no le hago daño a nadie no basta, pues muchas veces nos hacemos daño a nosotros mismos y como repercusión se lo estaríamos haciendo a los otros, porque todo parte de la persona individual, si uno se ama a sí mismo será capaz de amar a otros, ya lo dice en la Biblia, “ama a tu prójimo como a ti mismo”, por eso reflexionamos, si no somos capaces de amarnos a nosotros mismo ¿qué le daremos al otro, al prójimo?
Pero ¿qué se puede pensar de unos padres, quienes hacen daño a la sangre de su sangre? Que abusan o maltratan a sus hijos ¿por qué, por placer o por rabia? No podemos entender lo que pasa por la cabeza de aquellas personas que lastiman a sus propios hijos, quienes son un pedacito de sí mismos, son una prolongación de ellos.
Y después de sufrir vejaciones y maltrato de parte de sus padres, esos niños ¿cómo enseñarán que es el amor?, si se supone que lo que reciben de sus padres es amor, ¿qué clase de amor brindarán si lo que recibieron son golpes y abusos?
Los adultos tenemos la capacidad de cambiar la situación y debemos comenzar a enseñar a los niños lo que es el amor incondicional, ¿que nos hacen enojar?, nos hacen enfurecer, pero no por eso debemos dejar de amarlos, debemos aprender a corregir con firmeza pero con amor, no con violencia o furia, no dejar de amarles para hacerles saber que estamos enojados.
Luego, ¿cómo podemos pedirles respeto si nosotros no los respetamos?, debemos aprender a ser más humildes, a sobreponernos a nuestro ego y respetar a nuestros hijos, para enseñarles a respetar a los demás, en especial a quienes están más cerca de ellos, sus padres, sus profesores, sus compañeros.
Es por eso también menester meditar bien antes de apasionarse y entregarse a ciertas prácticas que seguro tendrán consecuencias y cuando las consecuencias vengan aceptarlas con responsabilidad y sobre todo con amor, pues los hijos no son quienes piden venir al mundo sino que somos nosotros quienes los traemos, ¿para qué?, para darles amor incondicional, para enseñarles valores, para formarlos de manera que nuestro mundo sea cada día un lugar mejor para vivir, un paraíso, no un infierno.
(*) Periodista
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