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Escribir sin prejuicios, elegir la vida - Periódico La Patria (Oruro - Bolivia)
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Viernes 03 de julio de 2020

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Revista Dominical

Escribir sin prejuicios, elegir la vida

03 jul 2020

Fuente: Por: Homero Carvalho Oliva

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Hace más de tres décadas, cuando estaba empezando a escribir cuentos y poemas, me pregunté si eso era lo que yo quería hacer para siempre, es decir ser un escritor y la respuesta me la dio Reiner María Rilke, que en su libro “Cartas a un joven poeta” le dice a un discípulo que le hacía misma pregunta que escriba solamente si no podía vivir sin escribir.

Encontré la carta completa en un artículo de Rafael Fauquié sobre La autenticidad del artista, la carta de Rilke fechada el 17 de febrero de 1903 estaba dirigida “al joven Franz Kappus, que, junto a nueve más – nos dice Fauquié-, conforman el célebre libro “Cartas a un joven poeta”, que contiene afirmaciones tan exactas como válidas acerca del tema de la autenticidad: del escritor para con su obra y del ser humano para con su vida”.

“Kappus – continúa Fauquié- había escrito a Rilke preguntándole por sobre su incipiente vocación de poeta: quería saber si los poemas que había escrito eran buenos y merecían ser publicados. La respuesta de Rilke la recuerdo como uno de los más acertados consejos que haya yo leído: más allá de la bondad o mediocridad de los versos, más allá del interés que éstos puedan despertar, de lo que se trata, de lo único que debería tratarse, es que el poeta acepte si puede o no vivir sin escribirlos. Para el joven artista que duda de su arte, la advertencia de Rilke es clara: haga lo que su corazón le dicta, escriba si siente que no podría vivir sin hacerlo y siga escribiendo por encima de las opiniones de los otros. Escuchemos a Rilke”:

“Nadie puede aconsejarle ni ayudarle, nadie. Hay sólo un único medio. Entré en usted. Examine ese fundamento que usted llama escribir; ponga a prueba si extiende sus raíces hasta el lugar más profundo de su corazón; reconozca si se moriría usted si se le privara de escribir ... Excave en sí mismo, en busca de una respuesta profunda. Y si ésta hubiera de ser de asentimiento, si hubiera usted de enfrentarse a esta grave pregunta con un enérgico y sencillo debo, entonces construya su vida según esa necesidad: su vida, entrando hasta su hora más indiferente y pequeña, debe ser un signo y un testimonio de ese impulso... Una obra de arte es buena cuando brota de la necesidad. En esa índole de su origen está su juicio: no hay otro. Por eso, mi distinguido amigo, no sabría darle más consejo que éste: entrar en sí mismo y examinar las profundidades de que brota su vida: en ese manantial encontrará usted la respuesta a la pregunta si debe crear. Tómela como suene, sin interpretaciones. Quizá se haga evidente que usted está llamado a ser artista. Entonces, acepte sobre sí ese destino, y sopórtelo, con su carga y su grandeza, sin preguntar por la recompensa que pudiera venir de fuera. Pues el creador debe ser un mundo para sí mismo, y encontrarlo todo en sí y en la naturaleza a que se ha adherido.”

Así es, Rilke lo responde todo, no hay otra manera que escribir que aceptando que la escritura es nuestro destino. Ahora, bien, hablemos de esa necesidad. Cristina Peri Rossi, en un artículo sobre el discurso de Mario Vargas Llosa al recibir el Premio Nobel de Literatura, titulado “Elogio de la lectura y de la ficción”, afirma que “se trata de un discurso humanista, en los dos sentidos de la palabra: “humanista” porque concierne a la condición humana y “humanista” porque se refirió a la utilidad de la literatura, un tema que ha interesado a sociólogos, filósofos y a los propios artistas, aunque éstos, en general, no se hacen la pregunta, sólo la responden. El discurso parece responder a una pregunta implícita, a comienzos del siglo XXI, dominado por la técnica, los medios audiovisuales, el individualismo feroz y la competitividad despiadada: ¿sirve para algo la literatura? Y la respuesta que da, desde su subjetividad y desde su conciencia de pertenecer al género humano, es completamente afirmativa -continúa Peri Rossi-. No sólo responde que sí; también nos ilustra, nos ilumina, acerca de cuál es su utilidad. El arte no es nunca arte por el arte, a pesar de la escritura automática; el arte es una experiencia que se instala en el hueco que la vida siempre deja a la decepción, en la frustración de ser individuos acosados por el aquí y por el ahora, por las inclemencias de la Historia y por los vaivenes del azar. La literatura se inscribe en la falta freudiana: somos sujetos inacabados, parciales, no somos el todo ni la unidad, no estamos completos. Ahí donde hay un agujero en la realidad, un azar, una incomprensión, un sinsentido, aparece el relato, la narración para llenar ese agujero, esa falta angustiosa. Dice Freud que la vida siempre produce un cierto malestar. No explica por qué, pero es obvio: porque no complace todos nuestros sueños, porque nos sorprende con desdichas, porque no la controlamos; la vida suele controlarnos a nosotros a través de las dependencias del cuerpo (enfermedades, traumas), de la dependencia de la Historia (leyes, injusticias, dictaduras), del deseo o falta de deseo. La condición humana es dependiente y sólo un delirio omnipotente puede creer que la domina. Justamente en ese malestar inherente a la vida individual se inscribe la literatura, afirma Mario Vargas Llosa: la ficción “crea una vida paralela donde refugiarnos contra la adversidad, que vuelve natural lo extraordinario y extraordinario lo natural, disipa el caos, embellece lo feo, eterniza el instante y torna la muerte un espectáculo pasajero”.

Y para Rafael Lemus “La autenticidad, en literatura, no es una virtud moral sino estética. La autenticidad literaria es, por encima de todo, ausencia de pretensiones” y esa fue mi actitud cuando era adolescente y escribía poemas auténticamente cursis y sin ninguna pretensión de ser famoso. Luego cuando decidí escribir en serio me propuse llenar un vacío: contar como era mi tierra, yo vivía en La Paz, ciudad anidada en el altiplano andino y yo quería contar de donde venía, como era la selva amazónica y la vida en mi pueblo Santa Ana del Yacuma. Después vendrían los cuentos contra las dictaduras en los que no importaba tanto la forma como el fondo. Había que denunciar al dictador, a Hugo Banzer, mientras se luchaba por mundo mejor. Pasaron los años y recuperamos la democracia, me precio de ser de esa generación y mi literatura se volvió más existencialista, mis novelas de esos años cuentan lo que me pasaba por dentro, en ellas creaba las vidas paralelas de las que habla Vargas Llosa y mi compromiso fue mayor con la palabra escrita porque ya no había tiranos contra quienes luchar y fui descubriendo que mi lucha era interna, era conmigo mismo. En mi novela La maquinaria de los secretos, por ejemplo, narro la cruel relación del poder con la sociedad a través de los servicios secretos y de la manera cómo influyen en nuestras vidas, pero lo hago desde mi subjetividad. El árbol de los recuerdos es una novela autobiográfica, para tratar de entenderme a mismo y a los seres que me habitan, tratar de entender mi esquizofrenia y seguir adelante con mi vida asumiendo que soy un ser plural, con muchas personalidades que solamente se comunican a través de la palabra escrita. Soy un auténtico sobreviviente de la locura porque, y lo digo con una perversa sinceridad, la literatura me salvó del suicidio. Por eso escribo sin ningún prejuicio.

Fuente: Por: Homero Carvalho Oliva
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