Cuando la humanidad descubrió el fuego había también descubierto la bioenergía que, en términos sencillos, es la energía producida por la materia orgánica técnicamente llamada biomasa. Los elementos que portan dicha energía se denominan biocombustibles y son diversos: leña, estiércol, productos agrícolas, desechos urbanos, etc. que según sea el caso pueden ser utilizados en su forma natural como la leña que es empleada en pequeña escala para cocinar o generar calor, especialmente en poblaciones rurales pobres, o en forma derivada como el etanol, el biodiesel o el biogás que se aplican a escalas algo mayores.
En contraposición están los combustibles fósiles, como el carbón mineral, petróleo y gas natural que, a diferencia de los biocombustibles, no son renovables, representan alrededor del 80% de toda la energía producida en el mundo utilizada especialmente en el transporte, tienen precios generalmente altos, provocan contaminación ambiental y calentamiento global y, están en proceso de agotamiento. En respuesta a esta crisis energética global, cuyos matices son ambientales, económicos, sociales y hasta políticos, surgió hace algunas décadas la industria de los biocombustibles, centrada principalmente en los líquidos para el transporte automotor: el etanol y el biodiesel.
En la práctica el etanol y el biodiesel son aditivos, se añaden a la gasolina y diésel como mejoradores de rendimiento y reductores del contenido de azufre y emisiones de carbono. El porcentaje de mezcla comúnmente varía entre 10% y 25% dependiendo de la política de cada país. Estos biocombustibles todavía son marginales en su aporte energético al transporte mundial, menos el 2%; sin embargo esta nueva industria puede modificar significativamente al sector agrícola porque de ahí proviene la materia prima, cultivos con alto contenido de azúcar, almidón o aceite como caña de azúcar, remolacha, sorgo, maíz, trigo, canola y soya.
En nuestro continente el etanol se produce a base de caña de azúcar y el biodiesel a base de soya, los mayores productores mundiales de etanol son Brasil y EE.UU. y de biodiesel es la Unión Europea, cada uno con singulares características en la producción agrícola (tipos de cultivos, rendimientos, tecnología, uso de recursos, etc.). Por fortuna o no, Bolivia se embarcó en esta aventura bastante más tarde que otros, en 2005 se formalizó la producción y uso de etanol y biodiesel, un año más tarde se creó la empresa pública azucarera San Buena Aventura para la producción de caña de azúcar y etanol en el norte paceño, aunque la calidad del suelo parece no ser ideal y la producción está lejos de la capacidad proyectada. En 2018 Bolivia anunció la "ley del etanol" que permite el cultivo de caña de azúcar como materia prima del etanol para que la gasolina sea gradualmente mejorada hasta en 25%, también la producción de soya para biodiesel y la consecuente mejora del diésel oíl con criterios similares.
El rol protagónico del Estado en iniciativas estratégicas de la economía nacional, que parecía inmutable, ahora es compartido con las grandes empresas agroindustriales de Santa Cruz que tienen el encargo de asegurar la materia prima necesaria y los aditivos de esta nueva cadena.
Este tema parece ser una moneda de dos caras, por un lado tendríamos en el mercado combustibles más limpios y potentes al mismo precio, se reducirían las exportaciones de combustibles, se generarían empleos e ingresos, etc. Por el otro lado veríamos de reojo la ley marco de la madre tierra porque, a la par de lo anterior, la frontera agrícola se ampliaría en cientos de miles de hectáreas (¡ojala el esfuerzo por preservar la Chiquitanía no sea la crónica de una muerte anunciada!), se producirían monocultivos con tecnología igual o más agresiva que la actual (uso excesivo de herbicidas, fertilizantes, agua, maquinaria contaminante, etc.), las áreas de producción de alimentos podrían migrar a la producción de biomasa, etc.
La verdad es que necesitamos un balance concienzudo de la cosa para saber si los precios de la nueva gasolina y diésel son competitivos y generarán beneficios económicos, si el porcentaje de reducción de CO2 vale más que los efectos ambientales que conllevan producir biomasa, si el ahorro en la exportación de combustibles representa más que el incremento del precio de alimentos por la reducción de la oferta, si occidente tiene la misma oportunidad que oriente, sí los bolivianos tenemos visión clara de nuestro futuro, si estamos seguros que ¡no padecemos de miopía!
(*) ES PROFESOR UNIVERSITARIO Y CONSULTOR
Fuente: Por: Limber Sánchez (*)
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