En el tiempo presente, con restricciones obligatorias para contener y evitar la propagación del virus chino, es de
suponer que muchas poblaciones rurales merecen programas de emergencia para sostener una mínima y segura alimentación de sus pobladores.
Un programa obligado y urgente
La crisis alimentaria parece multiplicarse en el mundo, debido a varios factores adversos como los efectos demográficos, medioambientales, climáticos, financieros y "remachados" por la pandemia mundial del coronavirus, Covid 19, extendiéndose en muchos casos en ciudades de países demográficamente recargados, pero también en otras de baja población y menor desarrollo.
La alerta que fue lanzada meses atrás por la FAO y una comisión europea que estudiaron el fenómeno de cambio global basados en el programa "Sistemas Alimentarios en Peligro", señala los riesgos de escases y hambruna en ciertos países, sobre todo en el África debido al calentamiento climático y los conflictos armados entre algunas potencias, en las que prevalece inequidad e intolerancia.
Contrariamente a lo que se puede entender se asegura que el planeta produce más productos agrícolas y otros alimentos de los que necesita para alimentar a sus poblaciones, pero lamentablemente hay una tasa de prevalencia de subnutrición que está en aumento desde el 2015 y no puede atenuarse para evitar las complicaciones que confrontan muchas poblaciones que viven en pobreza y otras en extrema pobreza.
El problema mundial de alimentación y subnutrición contempla una serie de efectos que mueven miles de personas en pos de alimentos, mientras el esquema inequitativo vigente, muestra derroche de alimentos en países en los que predominan intereses superiores de poder político y financiero, pasando por alto los factores sociales que convulsionan algunas capitales, pero que no tienen soluciones prácticas para enfrentar el paulatino deterioro comunitario.
En nuestro país, la Providencia nos permite vivir en condiciones envidiables, con relación a otras comunidades de lejanos continentes. Tenemos una superficie, apta por departamentos para la producción agrícola, la producción de productos cárnicos muy marcada en el oriente, como las de hortalizas, frutas y verduras en el valle, se complementa con la presentación estratégica de granos en el altiplano, caso de la quinua y otros productos requeridos en el exterior, son una muestra de la variedad de alimentos en nuestro país.
Sin embargo hay problemas latentes que no puede ocultarse y es que pese a las condiciones naturales de producción y provisión, hay poblaciones rurales con alto índice de pobreza y claras limitaciones para alimentar adecuadamente a centenares de ciudadanos, librados a su suerte y sin entender el estreno de "canchitas" y no de centros de acopio de alimentos o centros de salud.
El jolgorio de catorce años con el gasto desmedido de nuestros recursos, sin que los mismos hubieran servido para impulsar programas de desarrollo rural, fortaleciendo la agricultura y la ganadería tienen su efecto en el tiempo presente, cuando la crisis alimentaria se agudiza y se complica por la presencia de la pandemia del coronavirus, que como en todo el mundo llega cuando menos se la esperaba y altera severamente el sistema productivo nacional, agravando el modus vivendi de pobladores rurales.
En el tiempo presente, con restricciones obligatorias para contener y evitar la propagación del virus chino, es de suponer que muchas poblaciones rurales merecen programas de emergencia para sostener una mínima y segura alimentación de sus pobladores. Un programa obligado y urgente.
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