Como decíamos en otra nota, lo que hoy sucede en el mundo se puede resumir en una palabra: crisis. Se entendería como un laberinto de cosas incoherentes y desordenadas; y también como un momento especial para romper la rutina y dar paso a las innovaciones. Con cierto optimismo la mayoría opina que esta crisis debilitará la polarización política y fomentará la solidaridad ante el enemigo común, que azota el mundo sin contemplaciones. Ojalá sea así.
Hoy estamos confrontando una crisis sanitaria. Del coronavirus no se sabe mucho, sólo que es un microbio poderoso que trasmite una enfermedad mortal. Nadie puede con él ni las superpotencias que tienen a la mano arsenales nucleares, no saben cómo combatirlo. "Quédate en casa": es un "arresto domiciliario" forzoso para evitar el contagio. A diferencia de las anteriores, en la guerra que se libra hoy no se disputa la hegemonía entre los bloques políticos antagónicos. Ganan o pierden todos.
La cuarentena tiene varios efectos. Uno de ellos, todavía no estudiado, pero que ya se inició su aplicación es la tecnología digital en educación. Toda la infraestructura inmobiliaria ha quedado vacía. Nadie asiste a las aulas universitarias ni de los colegios ni de las escuelas. Los maestros, por lo menos una mayoría, se han quedado parados. Ante este panorama insólito, aparte de reunirse cada día en el hogar, ¿qué más se puede hacer? Sólo distraerse, no es buena cosa. La desocupación es un tormento, el mal que padecen los internos en las cárceles.
La tecnología nos está llevando por delante. Veíamos venir, pero con el virus y sus consecuencias se ha acelerado su ritmo. Ya no podemos esquivar su presencia. La televisión, los celulares, el internet, son herramientas del tiempo moderno. No se trata de instalarlos en la escuela, sino de expandir la actividad hacia fuera; convertir la comunidad en aula abierta, sin muros ni dictadores de clase. Utilizándolos racionalmente, se puede aprender lo que quiera y en el tiempo que uno requiera. Ya nadie pondrá notas; el mismo que aprenden sabrá hasta dónde logró su propósito. Esa escuela denominada "virtual," ya se asoma por el horizonte.
Con los recursos tecnológicos nadie enseña, todos aprenden. Las bibliotecas con sus estantes repletos de libros materiales van quedando obsoletas; ahora hay libros virtuales que puede llevarlos en su celular y leer cuando quiera y donde quiera. Ya no se verá a los niños y las niñas cargando en la espalda la mochila pesada; ahora tienen metido en el bolsillo bibliotecas enteras. El maestro ideal del futuro no lejano quizá sea un robot dotado de inteligencia artificial.
Esto que parece una ficción alocada, no será fácil de implantar. El nuevo tipo de aprendizaje demanda mucha disciplina, las máquinas no son permisivas ni reconocen las fatigas; son exigentes como todo trabajo automatizado. Antes de generalizar, será preciso ver su aplicación en forma experimental con una muestra adecuada, e investigar cuidadosamente sus ventajas y sus desventajas. Por su misma naturaleza, el diseño de los planes innovadores tiene que ser mucho más precisos y coherentes. Con los métodos tradicionales, los alumnos recogen tareas para la casa; con la revolución tecnológica será al revés: se llevarán las tareas a la escuela, con los temas que no pudieron resolverse sin el concurso de un experto en comunicación digital o el profesor de la materia. En cuanto a valores, todavía no se ha inventado ninguna máquina capaz de reflejar sentimientos ni emociones; el papel del ser humano en este campo tal vez sea irremplazable. Pero en estos días de impotencia y perplejidad, la tecnología cibernética nos induce a dar el salto cualitativo hasta en el ámbito laboral, nos hace pensar en el trabajo a distancia.
(*) Es escritor
Fuente: Por: Demetrio Reynolds (*)
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