Hoy el "QuédateEnCasa" es más que una frase, al menos da que pensar en un antes y un después. Más allá de la infraestructura material que pueda denotar la palabra casa en términos topográficos como edificio, vivienda, piso, domicilio o residencia, queremos interiorizarnos más bien desde el lado topológico a ese espacio de tiempo constituido, habitado e interpelado de intersubjetividades en torno a la familia.
Desde aquel primer día, "QuédateEnCasa", el mundo de lo de fuera, como el trabajo, el estudio, el mercado o la calle se nos ha mostrado hostil e inseguro por algo fatal para dar lugar a la dimensión de la intimidad del mundo, de lo de dentro, que adquiere cada vez un valor de protección familiar, usando una metáfora diríamos que es como volver al vientre materno. Entonces de inmediato se desató en nosotros el valor del apego al espacio íntimo y originario del habitar la casa; así fuimos reconociendo en cada pared, puerta, ventana o pasillo y en cada una de las cosas sean juguetes, cuadros, masetas o roperos, cual testigos de nuestras vivencias, nuestras identidades e intimidades puesto que sin ellos nuestras vidas serían algo vacías.
Se trata pues de aquellos espacios vividos intensamente y de cosas con memoria y significado y es precisamente en esas memorias que nos identificamos a nosotros mismos en tanto íntimos y afectivos y; al mismo tiempo, de ciertos espacios olvidados como los rincones de la casa que van paulatinamente transparentándose. Aquí, el sentido del saber habitar la casa no está dado por el precio ni por el lujo de las cosas sino radica en la modalidad original de saber habitar la casa-sin-más, donde los espacios en tanto memoria se vivifican en nosotros y
nosotros en ellos.
Y así caminando por el pasillo, qué decimos del orden de las cosas en la casa; si para la madre se llamará orden para los hijos será un desorden y viceversa; y muy probablemente para la madre aquel orden de las cosas esté en el interior del ropero, como un espacio íntimo y bajo llave que no se abrirá para otro. Sea dicho de paso, las cosas cerradas al igual que los armarios o cajones son espacios donde habita el inconsciente pues son lugares donde se guardan u ocultan secretos.
A medida que habitamos la casa y sus habitaciones, los lugares divididos culturalmente van mostrándose como espacios amados, pero también de los desamores; de olvidos y evocaciones; de proyectos y de juegos; de sueños y realidades, de alegrías y tristezas. Si los espacios íntimos están dados por los dormitorios, los hay también los públicos como las salas y; hoy, sobre todo, la cocina. La cocina, entendida como un espacio que emerge del inconsciente y ahora como lugar del exceso de la espacialidad o punto del encuentro familiar, es el ambiente donde una bullente comunidad de aficionados de la gastronomía se apasiona para dar las recetas de la elaboración y preparado de las comidas cotidianas y en las que la sintaxis alimentaria desata todo un proceso de "gustemas y tecnemas" sin importar la hora de las comidas.
Y para finalizar, si el cimiento de la casa se edifica y arraiga en la tierra, así como el lugar del hombre es la tierra, la idea de casa le otorga pues al hombre su espacio de ser en el mundo, como lugar habitable y único, en el que sueña de noche y de día, y desde cuya intimidad (de lo de dentro) nutrida de dolor y alegría; de salud y enfermedad se apasiona por vivir en un mundo (de lo de fuera) de incertidumbres y, a la vez, lleno de vicisitudes, pero también en busca de plenitud.
Fuente: Por: Néstor Suxo Ch.
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