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Domingo 18 de marzo de 2012

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Cultural El Duende

El ensueño de Moxos en obras de Diego Felipe de Alcaya y Martín del Barco Centenera

18 mar 2012

Fuente: La Patria

El académico de la Lengua, Jorge Órdenes Lavadenz realiza un análisis de la obra basado en la teoría literaria de la recepción

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Segunda y última parte

La pregunta obvia de siglos después es la siguiente: si en esa época los occidentales (andinos) y los orientales que habitaban las llanuras (donde hoy está Santa Cruz de la Sierra) se avenían y hasta eran hermanos, y porque eran hermanos eran también aliados ¿por qué no lo siguieron siendo en el siglo XX y ahora en el XXI a la usanza de entonces? La implicación histórica es que los regionalismos entre orientales y occidentales de lo que ahora es Bolivia se desarrollaron mucho después. Una respuesta es que sea cierto eso de que los ferrocarriles a la costa del Océano Pacífico, construidos a fines del siglo XIX y el XX en el occidente de Bolivia, aislaron abruptamente al oriente que dejó de ser el principal proveedor de bienes y servicios de occidente. El vínculo práctico y emocional, tan útil en épocas del Guacanes y Grigotás, y durante los siglos de la Colonia y un siglo de república, se diluyó para dar paso al distanciamiento, la desconfianza y el regionalismo que todavía existen y perjudican. Lo que se forjó en siglos de convivencia y fragor de organización y alianza entre gente oriunda, lo desbarataron en pocos años los bolivianos de la República del siglo XX en detrimento de los descendientes de Alcayas y Grigotás. Que Samaipata (población montañosa localizada entre las regiones altas y las bajas de Bolivia) haya sido un centro importante de vínculo, lo dice la Relación cierta... de Diego Felipe, debería significar que lo siga siendo a principios del siglo XXI.

Hay otro relato que hace de la Relación cierta... una contribución sui géneris y valiosa a favor del vínculo histórico entre los incas, los Grigotá y la región de Moxos, y sus riquezas humanas y culturales. Se trata del héroe inca Guapay, explorador y colonizador de los llanos orientales, que con el tiempo funda su propio imperio y se desliga del incario. Funda nada menos que el reino de los moxos en las serranías del Paytití, donde la dinastía de los caballeros Moxó reinaría triunfante por largos años, y cuya fastuosidad desgranada por la tradición oral de los oriundos impresionaría al aventurero, conquistador y poeta, Martín del Barco Centenera, según vemos a continuación.

El poema de Martín del Barco Centenera, publicado en Lisboa en 1602, tiene diez mil versos divididos en 38 cantos entre los que hay por lo menos tres octavas reales que llevan el título de “Gran Moxó Señor del Paytití”.(6) He releído las tres octavas de versos endecasílabos que están compuestos al mejor estilo renacentista de La Araucana, Arauco domado, Nuevo Mundo y conquista, o las Elegías de varones ilustres de Indias (que a su vez seguían lo europeo de Torcuato Tasso y Ludovico Ariosto, el de Orlando Furioso). La técnica poemática es europea, pero la escena, las impresiones, sensaciones y fantasías, y lo que éstas plasman en filigrana poética, es moxeño, y por eso lo menciono. Por lo que he investigado, creo que es la primera vez que se reconoce receptivamente el aporte de Del Barco como primicia de la poesía sobre algo moxeño del siglo XVI.

En la medida que Del Barco se muestra impresionado e inspirado por su entorno moxeño, él se moxeñiza, y lo representa, lo siente y lleva en sus octavas. Se trata de endecasílabos que tienen por escenario nada menos que lo que hoy es una región del Beni boliviano, en el este del país. Está inspirado en las fantasías que durante la segunda mitad del siglo XVI coparon la imaginación de muchos conquistadores-poetas y cronistas. La suntuosa casa del Señor del Paytití (7) “labrada de piedra blanca”, “con dos torres muy altas a la entrada”, “dos vivos leones a sus lados”, la fuente de la plaza tenía “cuatro caños de oro”, “altar de fina plata”, etc., es un portento. La narración poética vale porque era la época en que el europeo veía lo americano con admiración y hasta respeto, por lo menos así lo muestra Ercilla en La Araucana, y Del Barco en segmentos como el que aludo.

La verdad es que la suntuosa casa del Gran Señor Moxó todavía la tenemos en Moxos y en otras partes de que hoy es Bolivia (aplicable a buena parte de Iberoamérica) con eso de que “Bolivia es un país rico”, “podríamos ser una Suiza”, “pobre sentado en un tesoro”, “el Oriente es el futuro”, etc. Fascinante. Incluso hoy hay gente del occidente de Bolivia que piensa “invadir” alocadamente las tierras de promisión de la que habla Del Barco.

Los chilenos consideran La araucana el inicio de la chilenidad. Los argentinos se arremolinaron en torno al significado del Martín Fierro, de Don Segundo Sombra. El mexicano se reencontró en/y con la figura de Pito Pérez, padre consanguíneo de Cantinflas, etc. El estadounidense pondera a John Wayne por haber representado casi perfectamente al ideal del “cowboy bueno”. Todos productos de magias similares como las que encandilaron a Del Barco y lo hicieron escribir, entre otras cosas, “El gran Moxó Señor del Paytití”.

Yo creo que la mayoría de los bolivianos, si no todos, y otros, deberíamos hacer romería a ver la casa, “con dos torres muy altas a la entrada”, del “Gran Moxo Señor del Paytití. Y si no la encontramos, habría que construirla tal como la descubrió y describió el poeta. Así se hacen países, así se aglutinan voluntades, así se confiesa uno ante la historia del descuido tan latente de hoy en día. Puedo decir que en mis andanzas por el Beni, yo sí vi, sobrio y deslumbrado, “la casa del Señor de Moxos”, pero desgraciadamente estaba solo y no hubo testigos. Pero la traje en el alma. Estoy seguro de que el que la quiera encontrar la encontrará y, si la describe, quizá lo haga mejor que Del Barco. Aunque Del Barco fue el primero, que yo sepa, y eso no le quita nadie. Tampoco nadie me quitará la mía. Por eso me considero un moxeño de verdad, como puede serlo cualquier boliviano de buena voluntad, cualquier ciudadano del planeta que visite Moxos y se lleve en el corazón la maravilla que es la Mansión del Gran Moxó Señor del Paytití. Con el tiempo habrá de ser vértebra principal de lo que podamos destilar de la imaginación tras hacer realidad el proyecto que todavía es Bolivia.

C) A manera de conclusión

Moxos y en particular el Paytití nos interesan como reservorio de ideales que hoy necesitamos

vigorizar más que nunca porque la disposición anímica del boliviano promedio está mellada por los pobres resultados de su afán de concretar un país; por los regionalismos; por la pobre experiencia con la globalización y sus derivados; por el desaliento ante el proteccionismo comercial de los países ricos; y por la pésima distribución de la riqueza de los últimos 14 años. También por la drogadicción, la corrupción, la falta de políticos idóneos, la falta de moralistas, la intolerancia y hasta la ceguera de buena parte de la jerarquía católica sobre todo con eso de que las mujeres no son iguales que los hombres en la celebración de sacramentos; y por el torrente de publicidad comercial que llega por todos los medios. Esta realidad agota la posibilidad de salvación de y en las cosas como están. Por eso la posibilidad de remedio y mejoría se aleja cada vez más.

Recurrir a los ideales que solamente la literatura conlleva es una posibilidad de salvación porque de esa imaginación creadora nacen las ideas. Quizá sea un recurso que inspire nuevas actitudes, nuevas formas de ser, que a su vez hagan posible nuevos derroteros; que gesten renovados valores; que intuyan nueva literatura, nuevas formas de ver la historia y la cultura. No todo fue malo, desde luego. Se trata de extraer lo bueno para hacer nueva cosa. Sólo la literatura tiene la licencia de identidad histórica que permite hablar en nombre de todas las demás profesiones, la economía y la abogacía incluidas. Ampuloso es el ego de los que hasta ahora han conducido los asuntos políticos e incluso culturales. Sí, y no hay escapatoria de la responsabilidad de proceder con entereza. En Bolivia en muchos sentidos urge comenzar de nuevo. Urge reinventar el país. Sólo la imaginación montada en la estética puede hacerlo. La literatura puede hacerlo y por más intrincado que parezca debe hacerlo basado en los hermosos y vigorizantes ideales que inspira el reino de los Moxó. Y si nos esmeramos significará mucho más para Bolivia, Suramérica y el mundo. Depende de nosotros que los ideales signifiquen cada vez más, que las ideas convoquen muchedumbres. Los valores morales se derivan de ideales como la belleza, y solamente la literatura puede forjar la transición convincente y duradera que en última instancia nutra la faz fenoménica de la estética que debe enriquecer nuestro devenir. Unos cuantos sanos de mente pueden lograrlo. Los demás celebrarán el triunfo, o por lo menos su comienzo, porque así se ha hecho la historia de los pueblos célebres. Todos llevamos un Moxó dentro. Dejemos que se manifieste... como se manifestó tan afortunadamente en los hoy valiosos escritos de nuestros europeos moxeñizados, o americanizados que es lo mismo, Diego Felipe y Martín del Barco.

(6) Incluido en la Nueva Historia de la literatura boliviana. II. Literatura colonial, del crítico boliviano Adolfo Cáceres Romero (Ed. Los Amigos del Libro, 1990), p. 45.

(7) Hernando Sanabria Fernández en el Prólogo de Cronistas cruceños del Alto Perú virreynal (1961) dice la existencia del Paytití y su gran señor Moxó es una verdad incuestionable.

Fin

Fuente: La Patria
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