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Domingo 18 de marzo de 2012

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Cultural El Duende

Czeslaw Milosz

18 mar 2012

Fuente: La Patria

Czesław Miłosz. Lituania, 30 de junio de 1911 – Cracovia, 14 de agosto de 2004. Abogado, poeta, traductor y escritor polaco. Premio Nobel de Literatura en 1980. Poemarios. Entre otros, ha publicado: Composición (1930); Viaje (1930); Tres inviernos (1936); Poesía (1940); El rostro del tiempo (1953); Luz del día (1953); El valle del Issa (1955); Europa (1958); Hombre entre escorpiones (1961); El rey Popiel y otras poesías (1961); San Francisco (1969) ; Ciudad sin nombre (1969); Obligaciones privadas (1972); Donde el sol sale y cuando cae (1974); Ziemia Ulro (1977); Crónicas (1987); Tierras muy alejadas (1989); Búsqueda de la patria (1991); Año del cazador (1991); En la ribera (1994); Vida en las islas (1997); Alfabeto de Miłosz (1997); Otro alfabeto (1998); Tomik poetycki; Orfeusz i Eurydyka (2003)

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Tentación

Bajo un cielo de estrellas estuve paseando,

En una sucesión de ciudades desconocidas de neón,

Con mi compañero, el espíritu de la desolación,

Quien corriendo a mi alrededor y sermonizando

Me dijo que yo no era necesario, por si no yo,

entonces alguien más

Estaría caminando aquí, tratando de comprender su edad.

Si hubiera muerto hace tiempo, nada hubiera cambiado.

Las mismas estrellas, ciudades y países

Serían vistos con otros ojos

El mundo y sus trabajos continuarían como de costumbre.

Por el amor de Cristo, apártese de mí.

Usted ya me ha atormentado suficiente, dije.

No es a mí a quien corresponde juzgar

el llamado de los hombres.

Y mis méritos, si alguno existiere, no los conoceré de todas formas.

La caída

La muerte de un hombre

es como la caída de una poderosa nación

Que tuvo valientes ejércitos, capitanes y profetas,

Y ricos puertos y barcos en todos los mares,

Pero ahora no socorrerá ninguna sitiada ciudad,

No entrará en ninguna alianza,

Porque sus ciudades están vacías, su población dispersa,

Su tierra que una vez proveyó de cosechas

está saturada de cardos,

Su misión olvidada, su lengua perdida,

El dialecto de un pueblo

puesto sobre inaccesibles montañas.

Una frívola conversación

-Mi pasado es un estúpido viaje de mariposa en ultramar

Mi futuro es un jardín

donde un cocinero corta el cuello de un gallo.

¿Qué tengo, con toda mi pena y mi rebelión?

-Tome un momento, uno exactamente,

y cuando su fina concha,

Dos palmas reunidas, despaciosamente se abre

¿Qué ve usted?

-Una perla, un segundo.

-Dentro un segundo, una perla,

en esa estrella salvada del tiempo,

¿Qué ve usted cuando el viento de la mutabilidad cesa?

-La tierra, el cielo y el mar, barcos ricamente cargados,

Mañana de primavera llena de rocío

y remotos principados.

Maravillas desplegadas en tranquilo esplendor

Yo miro y no deseo

porque me encuentro plenamente satisfecho.

Encuentro

Estuvimos paseando a través de los campos

en un vagón al amanecer.

Una herida rosa roja en la oscuridad.

Y de pronto una liebre atravesó la carretera.

Uno de nosotros la señaló con la mano.

Eso fue hace tiempo. Hoy ninguno de ellos está vivo,

Ni la liebre, ni el hombre que hizo el ademán.

Oh, amor mío, ¿dónde están ellos, adónde han ido?

El destello de una mano, la línea de un movimiento,

el susurro de los guijarros.

Pregunto no con tristeza, sino con asombro.

Noticias

De la terrena civilización, ¿qué diremos?

Que fue un sistema de coloreadas esferas

vaciadas en vasos ahumados,

Donde un luminiscente hilo líquido

se mantuvo envuelto y desenvuelto.

O que fue una imponente colección

de repentinos resplandores de palacios

Destrozados a tiros desde una cúpula de macizas puertas

Detrás de la cual anduvo un monstruo sin rostro

Que cada día se echaron las suertes,

y que quienquiera que se arrastró bajo

fue conducido hasta allá como sacrificio: ancianos, niños,

muchachas y muchachos.

O pudiera ser de otra manera:

que vivimos en un vellocinio de oro,

en una red de arco-iris, en un capullo de nube,

Suspendidos de la rama de un árbol galáctico.

Y nuestra red fue tejida de materia de signos,

Jeroglíficos para el ojo y el oído, amorosos anillos.

Un sonido retumbado adentro, esculpiendo nuestro tiempo,

El pestañeo, aleteo, gorjeo de nuestro lenguaje.

Que nosotros pudimos tejer la frontera

Entre dentro y sin, luz y abismo,

Si no, desde nosotros mismos,

desde nuestro propio cálido aliento,

Y lápiz labial y gasa y muselina,

¿Desde el latido del corazón

cuyo silencio hace el mundo morir?

O quizá, no diremos nada de la terrena civilización.

Para que nadie realmente conozca lo que fue.

Fuente: La Patria
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