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Domingo 18 de marzo de 2012

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Cultural El Duende

La reapertura del club

18 mar 2012

Fuente: La Patria

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Allá por el 1999 inicié, en este mismo sitio (la página dos de El Duende) la columna Cementerio Club, nombre que designa un tema del disco Artaud de Pascado Rabioso, una de las bandas eternas de Luis Alberto Spinetta.

Con las interrupciones propias de quien se toma (ba) la escritura como un antojo digno de fruición, la columna apareció por poco más de dos años. Guerras de la antigua Roma, films westerns, opiniones acerca de poesía latinoamericana, comentarios sobre pintura boliviana contemporánea, reseñas de libros (novela, teatro, ensayo…), encuentros con artistas, celebraciones de canciones o discos de música popular, alusiones a la filatelia, las teorías de los sueños, los viajes, las deidades egipcias, la filosofía de Wittgenstein y varios otros temas edificaron esa columna signada por los avatares y las obsesiones propias de aquellos días.

Al tiempo, la columna, como yo, se mudó a La Paz y apareció durante algunos meses en el suplemento literario Fondo Negro del periódico La Prensa, editado en ese entonces por mi dilecto amigo, el escritor y docente de literatura peruano Antonio Vera.

Poco a poco, el Club del Cementerio se fue quedando en silencio mientras mis estudios de filosofía en la UMSA, la trabajosa factura de algunos poemas, las sempiternas reuniones de trabajo en la edición de la revista La Mariposa Mundial, el vagar por las calles de la ciudad en el jeep verde de Rodolfo Ortiz, las botellas de vino en Pro Audio y las peroratas cariñosas de Omar Rocha, amén de mi matrimonio, poblaron, de festiva y amable rutina, todos los días de más de una década.

Ahora, que la atmósfera orureña recorriendo las calles cargada de los pequeños cuchillos del frío, ha vuelto a ser parte de mi vida, me reencuentro con este viejo Club que, únicamente para mí, claro, pertenece a la estirpe de clubes como el dickensiano Mrs. Pickwic, por el cariño y ese vaho de irrealidad tornado a veces en lapidaria certidumbre del paso por esta existencia.

Hace algunas semanas, en el aciago día en que recibí la llamada telefónica de mi hermana Marcela que me comunicó que el flaco Spinetta había muerto, quise, luego de sobreponerme, al menos parcialmente, al golpe y la infinita tristeza que me invadió, decir, decirle algo por lo mucho que le debía desde que a mis 15 años escuché asombrado aquella historia del durazno partido que ya sangrando está bajo el agua. Entonces quise escribir otra vez esta columna indisolublemente ligada a su música, su nombre y ahora su memoria. Pero pudo más el dolor rumiado en silencio y la constatación abrumadora de que ante la música del Maestro sólo cabe el sentimiento de gratitud por la dádiva de haber conocido su arte.

Su arte musical y poético. Recuerdo la vez que con devoción fetichista tuve entre las manos su mítico poemario Guitarra Negra que me lo prestó mi querido amigo Edwin Guzmán y que, gracias a una segunda edición impresa en el primer lustro del nuevo siglo pude adquirir en ese paraíso de los libros que es Buenos Aires. Fue allí donde vi al maestro por última vez el 5 de diciembre de 2009 en el estadio de Velez Sarsfield, en el apoteósico concierto bautizado como Spinetta y las bandas Eternas que muy pronto fue calificado por la revista Rolling Stones como el concierto de la década.

Y bueno, a tiempo de reabrir este Cementerio Club permítanme, si cabe, la promesa de compartir en futuras ediciones, otros encuentros que tuve con el flaco, como un modo de mantener viva su presencia entre nosotros.

Benjamín Chávez

Fuente: La Patria
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