La sociedad, una radiografía del decenio

Se termina la segunda década del siglo XXI. El atentado al World Trade Center en 2001 inició este siglo o terminó con el XX, una centuria que nos dejó una serie de lecciones de diversa índole, con dos guerras que, más allá de haberse cobrado millones de vidas humanas, ordenaron las fronteras políticas del mapa mundial. Estoy seguro que éste nuestro siglo, cuando haya terminado, no habrá sido menos sorprendente, apasionante, terrible, desgarrador y hasta oscuro. Pero también habrá sido un siglo de luces, sin duda alguna. Habrá habido tantos o quizá más descubrimientos en la ciencia y muchas obras de arte dignas de pasar al canon artístico universal.

Cuando se hace una evaluación de la sociedad en general, no es necesario hacer una focalización geográfica, simplemente vemos la tendencia a nivel mundial. Y lo que vemos ahora es una sociedad que, si bien conquistó merecidamente más derechos, está poniendo en tela de juicio ciertos valores y principios de vida que debieran ser incuestionables; lo que vemos es una sociedad que, si bien es más consciente del lugar que ocupa en la economía y en el espectro del esquema asimétrico de poderes y sabe, por tanto, por lo que debe seguir luchando, no es consciente de que hay aspectos que no pueden ser llevados a cuestión. En un tiempo en que se vive enamorado de las vanguardias y de todas las formas de progresismo, el ser humano a veces llega a perderse y perder de vista el faro de la ética.

Como cristiano, celebro que haya gobernantes que estén llegando al poder con la Biblia en las manos y el nombre de Cristo en la boca; como defensor del laicismo, no lo hago. Es una delgada línea, de difícil dilucidación. Y entonces, como el profesional en Ciencias Políticas que soy, no sé muy bien dónde pararme al fin, se me hace complicado hallar una postura� De lo que estoy seguro, es que las sociedades del mundo, principalmente las latinas y específicamente las radicales, necesitan un poco más de espiritualidad para entender el lenguaje del amor en el más amplio sentido, con el fin de que sepan que hay cosas que no se deben racionalizar y cuestionar. Quizá sea tiempo de dejar de marchar desnudos por las calles para demostrar al mundo que el progreso y la civilización parten del estudio y la sana crítica.

La sociedad no es, como aseveran los materialistas dialécticos, un fenómeno exclusivamente biológico y material. Es, más bien, casi una institución, pues resulta de años de lento proceso de maduración moral y física, que debe desembocar en un todo inseparable de cuerpo y espíritu, en el que éste debe predominar sobre aquél; este todo no es más ni menos que el Estado, la expresión jurídica de una sociedad. La raza humana debe reposar sobre los cimientos de la razón y la moral, y la moral solamente existe cuando hay religión. Como decía Max Planck, no existe moral posible sin religión. Y no hay religión sin Dios.

En lo referente a las sociedades latinas, lo que se necesita es formar sentimientos nacionalistas como los de Europa para cohesionarnos como colectivos sociales, sentimientos nacionalistas sanos y no chovinistas, que son los que lamentablemente existen aquí, pues el radicalismo racista y el regionalismo occidente-oriente nos están retrocediendo o por lo menos rezagando. La toma de una actitud mesurada hará que nuestra educación se transforme hacia una apretura y un amor por la cultura universal.

Cuando se tiene una concepción atea, atomística y mecánica de la sociedad, considerándola como una sumatoria de individuos, el lenguaje del amor se pierde y dejamos de considerarla como un conjunto de fuerzas espirituales, instintivas, intelectuales y morales, y dejamos de ser un fenómeno natural humano. Y eso es justamente lo que debemos ser.

No es casualidad que todos los países adelantados tengan naciones que proclaman a Dios como guía de su camino.

(*)Es profesor universitario