Dejemos el odio y las revanchas

Ante la llegada en cuestión de horas más de la fiesta más importante de la paz y la solidaridad, de renovación de fe en el nacimiento del Hijo de Dios, lo que permite unir familias y pueblos del mundo, no se pueden admitir que en nuestro medio, todavía prevalezcan saldos de un hecho que marcó un cambio que en el país era necesario y esperado, dadas las condiciones de engaño que se produjeron y demostraron que hay intereses malsanos que lastiman la dignidad de los bolivianos.

Todo ocurrió de la manera menos esperada, las posiciones caprichosas de un par de políticos por aferrarse en el cargo y mantener junto a ellos un séquito de ilusionados militantes políticos, disfrutando del poder, llegó a un extremo de la comprensión y tolerancia, dos aspectos que fueron rechazados abiertamente por una nueva corriente de la ciudadanía, la más joven, cansada del despilfarro y el autoritarismo que pretendía una vez más ampliar un sistema que por muchas de sus arbitrariedades, llegó a su fin y obligó a sus líderes en el ocaso de su mandato a renunciar a sus cargos, pero además a huir del país, lo hicieron de la manera más cómoda, se ubicaron en una localidad del oriente y desde allí se trasladaron a México, su primer destino de refugiados. Ninguna autoridad interrumpió la escapada, lo que muestra claramente que "en ningún caso se puede hablar de un golpe de estado".

Fue como lo reconocieron después los fanáticos seguidores del gobierno en huida, un golpe de las "pititas" los frágiles cordones que amarrados entre esquinas de la ciudad bloquearon a las organizaciones políticas oficialistas que no se convencían de la escapada de sus jefes, el principal que criticando las "pititas", recordó y reconoció que él era el impulsor de los bloqueos en el país.

Como sea que han sucedido las cosas a partir de movimientos cívicos en tiempos especiales que se cumplieron en todas las ciudades con debates y resoluciones concluyentes, los jóvenes del país en abierta rebeldía, le pusieron freno al abuso, a las amenazas y también a los ataques vandálicos contra las instituciones y la propiedad privada, incluso pudieron detener a tiempo lo que pudo ser una tragedia, el atentado dinamitero a la planta de Senkata.

Se ha hecho mucho daño a la colectividad, se ha quemado costosos vehículos de transporte, se han inutilizado retenes policiales, se incendiaron domicilios particulares, igualmente dependencias estatales, en una muestra de incomprensible odio y revancha, que menos mal está pasando, permitiendo a la ciudadanía retomar su derecho a la convivencia pacífica. Han sido días aciagos de violencia incontenible, sin otra justificación que la demostración de poder alentada desde el exterior e internamente, por los autodesplazados militantes políticos que todavía creen en una fuerza que está en extinción.

En realidad estamos a pocas horas de la Noche Buena, una ocasión propicia para profundizar nuestra fe católica, para pensar seriamente en la unidad de la familia boliviana, sin odios, sin revanchas, sin venganzas, al contrario con los más fervientes deseos de unirnos en propósitos de solidaridad, de comprensión, de perdón y de alcanzar el objetivo propio de la ocasión, un reencuentro con paz y amor, desechando todo lo malo que destruye hogares y ponen en riesgo la seguridad y la solidaridad humana.