EL LÍDER REVOLUCIONARIO

Según como aparecen y reaparecen en el campo político nuestro, podemos distinguir a unos que demuestran apego y compromiso con el pueblo, aunque no siempre llegan al poder político y; a muchos otros que, a nombre de los pobres, emiten sendos decretos que ahondan más la brecha entre aquéllos y los nuevos ricos. A los primeros denominaríamos líderes revolucionarios y a los segundos populistas.

Aunque el término "revolucionario" está hoy descontextualizado y también vaciado de significado; sin embargo, en la práctica política se evidencia marcada diferencia entre los unos y otros.

Según nuestra historia inmediata, la palabra "revolucionario" tuvo su apogeo en los centros mineros; allí, aquella palabra tenía sello subversivo ante un estado hostil y, como sabemos, la palabra al ser relocalizada fue, paulatinamente, silenciándose hasta perder su esencialidad en los contextos urbanos. Diríamos más bien que, el aura revolucionario al estar en crisis sufrió cierto despojo de aquel discurso particular de espacio y tiempo consustanciados, y que hoy se la pronuncia simplemente por pronunciar.

Ahora bien, el líder revolucionario no es aquel populista que hace alarde de sus conocimientos y finge poseer don dirigencial; ni aquel que favorece a cierta élite so pretexto de lograr "algo" en favor de las bases; el líder es sencillo, gregario, mas no diletante.

El líder que surge del pueblo está al servicio del pueblo mismo; en cambio, el populista se considera "propietario" del pueblo e irremplazable. El revolucionario es lúcido porque orienta, esclarece y moviliza; en cambio, el populista cree estar entrenado en tareas políticas y ser portador innato de soluciones mágicas a cualquier conflicto, demandando confianza ciega de las bases.

El revolucionario trabaja, no es un simple orador ilustrado que, con palabras huecas, dice tener la fórmula mágica para resolver todo problema. �?l, mediante el trabajo, se sitúa dialécticamente en el mundo proyectando la creatividad y originalidad de las ideas políticas del pueblo, porque es a través del trabajo que se dará la posibilidad de un proceso humanizador. Así, se concibe además que el líder sea, a la vez, productor y comprometido con la ciencia y no un simple orador emotivo que anonada todo proyecto de vida y por ello le place la política de la necrofilia.

En el discurso del líder, lo importante es también asumir y cumplir responsablemente el encargo de las bases, hacerse cargo sabiamente del proyecto humano y cargar con esperanza la vocación integral del pueblo hasta las últimas consecuencias; incluso hasta bajar a los límites de la muerte que, no es sino, el saber estar en las bases, vivir con/desde y para el pueblo.

Algo más, cuando se habla de líderes presidenciables, no resulta difícil recordar experiencias como por ejemplo: de aquel razonamiento que decía que una diputación era igual a cincuenta mil dólares o bien de aquel otro para quien los tratos aduaneros eran el a priori de un programa político; de aquella deducción lógica que para levantar la mano debían ser elegidos a dedo; o de aquel pensamiento mágico que inducía que recurriendo al prontuario familiar hereditario era para merecer cargos burocráticos; de aquel argumento propedéutico del marxismo que de llenarse la boca con el discurso de los pobres daba privilegios para vivir en la opulencia; o bien de aquellos que considerados salvadores debían cumplir tareas predestinadas o; de los más que, biblia en mano, se reclamen como los elegidos.