Mucho años después de la segunda guerra mundial, Albert Speer uno de los tantos nazis obnubilados por el embrujo de la retórica de Hitler, su arquitecto preferido y que a la vez encamaba su frustrada carrera, juzgado y condenado a 20 años de prisión en el juicio por las atrocidades y el holocausto en contra del pueblo judío; ya libre, había manifestado suelto de boca y como cualquiera lo haría en su posición, que desconocía de los crímenes que se ejecutaba por el régimen, vaya a saber uno si fue cierto, y que a pesar de ello si entre los miles de adulones que parecían hipnotizados por los discursos del "Jefe", cargados de odio racial, violencia y una provocación abierta a la guerra, al menos entre esa multitud se escuchaba sólo una voz disidente firme y con la contundencia de la convicción, Alemania habría despertado de ese insidioso sueño que le conduciría al desfiladero de su destrucción y con ello a la muerte de millones de inocentes vidas y habría tomado un rumbo en que la historia no tuviera que contar hoy con tanta indignación todavía, como incredulidad a la vez, lo que sucedió después.
Mucho años después de la segunda guerra mundial, Albert Speer uno de los tantos nazis obnubilados por el embrujo de la retórica de Hitler, su arquitecto preferido y que a la vez encamaba su frustrada carrera, juzgado y condenado a 20 años de prisión en el juicio por las atrocidades y el holocausto en contra del pueblo judío; ya libre, había manifestado suelto de boca y como cualquiera lo haría en su posición, que desconocía de los crímenes que se ejecutaba por el régimen, vaya a saber uno si fue cierto, y que a pesar de ello si entre los miles de adulones que parecían hipnotizados por los discursos del "Jefe", cargados de odio racial, violencia y una provocación abierta a la guerra, al menos entre esa multitud se escuchaba sólo una voz disidente firme y con la contundencia de la convicción, Alemania habría despertado de ese insidioso sueño que le conduciría al desfiladero de su destrucción y con ello a la muerte de millones de inocentes vidas y habría tomado un rumbo en que la historia no tuviera que contar hoy con tanta indignación todavía, como incredulidad a la vez, lo que sucedió después.
Como Alemania, muchos países libres y democráticos sometidos al poder autoritario delirante, antes y después de la guerra, no tuvieron ni tienen la dicha de esa voz disidente que rompa el silencio cómplice, desbarate ese sueño macabro y trunque las ambiciones de poder y dominio enfermizos de sujetos como el dictador de dictadores y de un séquito obnubilado que les sigue a ciegas; porque no son conscientes de su realidad o porque no cuentan con la capacidad de un líder que les despierte de ese letargo pernicioso. En pleno siglo XXI en América Latina por increíble que parezca los dictadores disfrazados de demócratas aún persisten y someten a sus pueblos a inicuos sufrimientos, tal el caso de Venezuela, Nicaragua y la propia Cuba. Su instrumento de dominio es el propio pueblo al que dicen representar; coartan y manipulan su inteligencia con discursos obsoletos de la lucha de clases y las enfrentan entre ellos, socavan su independencia con migajas mientras extienden las manos y permiten lo ilícito haciéndose de la vista gorda, tal el caso de la droga en el chapare, todo esto con tal de mantener el poder; pero lo más ruin es que se aprovechan de su ignorancia, la lógica parece ser, que cuanto más permanezcan en ese estado más manipulables serán, eso se ha visto en las marchas violentas de los grupos afines al MAS después de la renuncia de Evo Morales y esa es la otra Bolivia que no había salido nada menos que en catorce años, de ese tremedal.
Lo de Bolivia no fue sólo una voz disidente fueron miles, esa voz de descontento retumbo desde el altiplano hasta la Chiquitanía, desde el Chaco hasta el Alto, desde el campo a las ciudades y desde el trópico hasta los Valles, trono en los tímpanos de quienes se habían creído dueños de la verdad, de la historia y de la patria, tal atrevimiento, como en todos los casos de dictadores, fue el comienzo del desmoronamiento y el ocaso de Evo Morales y su séquito de adulones. No cabe duda que el pueblo boliviano, al menos los que están libres de ese caótico limbo del fanatismo y de las cadenas de la ignorancia que someten al pensamiento, no lo perdonarán nunca jamás semejante afrenta y traición al pueblo y a la patria, cuando estos le dieron su confianza.
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