Los pacientes terminales del amor

Tenía otro título para hoy, pero ese tema de los "cívicos" me ha hecho postergar para otro momento más sereno. Asomó otra vez la cara fea de la política o politiquería. Le he pasado la pluma al literato, para que se explaye a sus anchas en la elucubración de una fantasía: "mas siempre mejor que esa mala gente", como dice el lobo de gubbia al Santo de Asís, en "Los motivos del lobo", de Rubén Darío.

El amor cuando enajena y lleva a la desesperación, es una verdadera locura; es decir, una enfermedad. Es el trance fatal de los suicidas a causa de que una ingrata o un ingrato le ha dejado a su pareja en la vía de la soledad, sin remedio�?

Cuando alguien confiesa: "Ya no puedo vivir sin tu amor" es también verdad, pero por suerte, en la mayoría de los casos, una circunstancia pasajera. Sin embargo, en muchos otros, es literalmente cierto. "Ya no se puede vivir sin él o sin ella", aunque pasado el arrebato o la fiebre hasta nos hace sonreír ese estado de ánimo que nos llevó casi al borde de la locura.

Hay algunos ejemplos en la historia de las letras. Mariano José de Larra, el gran suicida por el amor, dijo en uno de sus famosos artículos de costumbres que "el amor mata, no a todos, pero mata". Y él fue uno de los que sucumbió a los hechizos de una mujer que ya no quiso corresponderle. Fue allá en Madrid, un lunes de carnaval de 1836. Tenía sólo 27 años, pero ya era famoso. El mejor escritor de su tiempo, con una perennidad incuestionable en las letras españolas.

Es también verdad aquello de que "tengo el corazón hecho pedazos", porque en algún momento aciago - pasajero también, felizmente - uno se siente morir como si esa pequeña bombita que impulsa los latidos del órgano cardiovascular, amenazara plantarse en cualquier momento, si ella no atiende pronto los ruegos del desesperado.

El amor es pues, a veces, una enfermedad mortal, y todos han pasado, de una u otra forma, por esa dramática estación de la vida sentimental. No es para creer, pero es cierto: aquella fiesta jubilosa del amor, como la del matrimonio, tiene algo de muerte. Dos seres que por nada más que el azar del destino juran amarse eternamente, y para eso el uno, al entregarse al otro, deja de ser lo que antes era. Qué tremenda verdad lo que dice este verso: "Nunca más tendremos nuestra alma de esta noche". Claro es que se refiere a la noche de bodas, después de suicidarse en el altar nupcial. Ni ella ni él lucirán nunca más el esplendor fugaz que les empujó al "suicidio".

Pero nadie tiene conciencia de ese trance. Mejor, por ahí se desanima uno a casarse. Y en verdad suele suceder que la novia o el novio nunca aparecen en el momento preciso; a lo mejor se ha dado cuenta de la aberración que estaba cometiendo. Desaparece porque prefieren ser fugitivo a perder su libertad; cualquier cosa, a cargar las pesadas cadenas del matrimonio.

(*) Es escritor