Hace unos días se evocó el Día Internacional de los Discapacitados, fecha que no debemos trivializar por la importancia que asume este segmento de la población mundial y, sobre todo, por la solidaridad y el valor elevado de la igualdad.
Deberíamos, con el espíritu fundamentalmente y con acciones, ayudar a los discapacitados, aunque, muchas veces prevalece la necedad y la indiferencia cuando se estima que una persona de la tercera edad que no oye, no ve o cojea no merece ayuda, pues se entiende erróneamente, por comodidad, que son achaques propios de la edad.
Peor aún, la escasa meditación e indiferencia no concibe que un niño haya perdido la visión, no escuche o haya perdido un brazo, una pierna o ambos. El individualismo asociado con el egotismo no asigna voluntad efectiva para pensar como estas personas con discapacidad sobrevenida que es el término correcto, llegan a sobrevivir en esta turbulenta vida.
Evidente es la ausencia de respeto, consideración y discriminación entre humanos, relación en la cual mandatoriamente debería asumir prioridad la igualdad. Más lacerante aún es la indiferencia conspicua de parte de grandes segmentos de la población que son conscientes de lo que sufren los discapacitados pero prefieren cruzar a la acera del frente sino se verían obligados a ayudar, expresado metafóricamente.
Evidente es la ausencia de respeto, consideración y discriminación entre humanos, relación en la cual mandatoriamente debería asumir prioridad la igualdad. Más lacerante aún es la indiferencia conspicua de parte de grandes segmentos de la población que son conscientes de lo que sufren los discapacitados pero prefieren cruzar a la acera del frente sino se verían obligados a ayudar, expresado metafóricamente.
Los discapacitados intelectuales necesitan de los demás para comprender in situ lo que les sucede y la calidad depauperada de vida que deben acometer. Aquellos son personas con energía ilimitada, casi inextinguible pues no se acostumbran nunca a haber perdido algunas facultades.
Ejemplificando: si alguna vez alguien estuvo temporal o transitoriamente en una silla de ruedas por una caída, enyesamiento y se ha necesitado de otros para poder seguir con la vida; recién entonces se toma consciencia con impacto de las gradas o escalones. De la falta de ascensores en los edificios entidades públicas, de la todavía difícil accesibilidad a los aviones y otros medios de transporte convencionales, a los cinematógrafos y hasta a restaurantes no preparados para ello, así como en la mayoría de los cruces de calles.
Lo definitivo por su complejidad es saber con intelección que estas discapacidades sobrevenidas a las cuales debemos asistir en el discurrir de la vida pues son parte indisoluble de ella. Si existe reticencia a asistir a los discapacitados se morirá dejando la empatía como una noble obligación pendiente sin solución de continuidad.
Es motivante, para vivir con esperanza, sentir en el espíritu las discapacidades de los demás y la capacidad de ser iguales.
(*) Es abogado Corporativo, posgrados en Interculturalidad y Educación Superior, Alta Gerencia para abogados (UCB- Harvard), Arbitraje y Conciliación, Derecho Aeronáutico, Filosofía y Ciencia Política (maestrn), doctor honoris causa en Humanidades (IWA-Cambridge University, USA)
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