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Domingo 01 de diciembre de 2019

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Cultural El Duende

Luis Urquieta: el gran mecenas de la cultura Un recuerdo personal

01 dic 2019

La formación universitaria y las tareas profesionales de Luis Urquieta Molleda (1932-2019) no lo predestinaban a convertirse en uno de los propulsores más importantes del quehacer cultural en Bolivia. Nació en Cochabamba, pero desde 1953 se asentó en Oruro, donde estudió ingeniería civil, fundó empresas exitosas y fue un catedrático universitario muy solicitado en su campo. Llegó a ser decano de la Facultad de Ingeniería Industrial de la Universidad Técnica de Oruro. Por estas actividades recibió numerosas condecoraciones y distinciones.

Paulatinamente se consagró a las labores culturales, fundando, entre otros proyectos, el suplemento cultural EL DUENDE del periódico LA PATRIA, que lo dirigió de forma incansable hasta su fallecimiento. Creo conveniente esbozar una reconstrucción de los principios generales que Urquieta imprimió a EL DUENDE, principios que no han sido codificados en ningún documento, pero que pueden ser rastreados en los escritos y en el ejemplo cotidiano de su ilustre inspirador. Justamente un pesimista consuetudinario, como soy yo, se da cuenta, por ejemplo, del optimismo mesurado, crítico y, al mismo tiempo, persistente que sustentaba Urquieta, un optimismo que ahora es más necesario que nunca. Al igual que los racionalistas clásicos, el sentido moral de Urquieta abarcaba asimismo una esperanza, que era también la nostalgia por un mundo mejor, sobre todo en el plano social y cultural. �l, que tenía un sentido innato de justicia, creía que los antagonismos humanos pueden ser superados por el debate racional y por el intento de comprender al prójimo. La función civilizadora que yo atribuyo a EL DUENDE tiene que ver directamente con ese esfuerzo permanente consagrado a difundir conocimientos en torno a temas controvertidos y a respetar el pluralismo de ideas y gustos, que Urquieta cultivó durante toda su vida.

Se puede afirmar, por supuesto, que la esperanza es una forma de la ilusión, sobre todo a la vista del trasfondo de dolor y desencanto que acompaña casi todo propósito y designio humanos, pero también engloba un optimismo moderado en el ámbito de los esfuerzos colectivos. Urquieta mantuvo en alto este principio como la mejor alternativa posible dentro de objetivos razonables y moderados. Para él la esperanza consistía en el clásico intento racionalista de organizar la sociedad de acuerdo a los parámetros de la convivencia pacífica y democrática de los humanos, guardando en el corazón la creencia de un mundo mejor, aunque sea a muy largo plazo.

Se puede afirmar, por supuesto, que la esperanza es una forma de la ilusión, sobre todo a la vista del trasfondo de dolor y desencanto que acompaña casi todo propósito y designio humanos, pero también engloba un optimismo moderado en el ámbito de los esfuerzos colectivos. Urquieta mantuvo en alto este principio como la mejor alternativa posible dentro de objetivos razonables y moderados. Para él la esperanza consistía en el clásico intento racionalista de organizar la sociedad de acuerdo a los parámetros de la convivencia pacífica y democrática de los humanos, guardando en el corazón la creencia de un mundo mejor, aunque sea a muy largo plazo.

Por ello Luis Urquieta fue llamado el Quijote de la Altiplanicie por Mariano Baptista Gumucio, el amigo y compañero de muchos emprendimientos culturales. En su obra más importante, Sol de otoño. Escritos literarios (La Paz: Gente común 2007), Urquieta nos presentó una visión estoico-racional de la vida, sobre todo en los acápites que constituyen homenajes a Humberto Vázquez-Machicado y a Alcides Arguedas. El impulso básico que lo animaba era un elemento ético que lo inducía a meditar sobre el efecto, a menudo devastador y casi siempre ambiguo, que producen la historia y la política en el grueso de la población y en el destino concreto de los seres humanos.

Luis Urquieta Molleda reunía en su persona tres características: una actitud básicamente racional, estoica y antidogmática ante la vida, el culto de la amistad desinteresada y el fomento de la producción artística original y de un enfoque intelectual crítico. Uno de sus méritos fue entender el carácter ambivalente de casi toda la producción intelectual y de todo experimento socio-político. A ello lo llevó probablemente su carácter, que combinaba la comprensión de la ambigüedad de los fenómenos humanos con la dimensión de una suave ironía, que es, en el fondo, la distancia crítica con respecto a uno mismo y al mundo.

Por ello me encantaba conversar con Luis. Desde enero de 2009 él publicó textos míos en EL DUENDE de LA PATRIA. Algunos probablemente no le gustaron, pero él, generoso como pocos, no opuso reparos a su publicación. Es más: fomentó mi espíritu incómodo. �l y yo compartimos la misma afición por Adolfo Costa du Rels y Guillermo Francovich y el mismo desdén por los dogmas predominantes de nuestra época. Nos inquietaba, por ejemplo, que casi nadie se preocupaba por las grandes obras del arte, la literatura y la filosofía, es decir por la creación propiamente dicha. Es algo deplorable que nos deja entrever un futuro nada promisorio para estas actividades. En una palabra: nos molestaban los mismos fenómenos en el mundo del presente: la impostura hecha norma en el terreno de las ciencias sociales (las variantes del postmodernismo y del relativismo axiológico), el retorno del populismo autoritario en el Tercer Mundo, el avance del fundamentalismo y fanatismo en muchas naciones, la civilización del despilfarro y la vulgaridad en los países del Norte, el desastre ecológico-demográfico a escala global. Con los años, que fueron dejando su estela gris y su carga creciente de decepción, no nos quedó más remedio que convivir con todos estos aspectos en el otoño de la vida, lo que ha sido ciertamente un castigo, tal vez inmerecido.

Hugo Celso Felipe Mansilla.

Doctor en Filosofía.

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