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Domingo 01 de diciembre de 2019

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Cultural El Duende

Mentor de Infinitos

01 dic 2019

Desde aquella tarde cuando la Trama del Viento guio mis pasos hacia su morada, y tuve el privilegio de conocerlo hace más de dos décadas, su diáfana voz de Duende Sempiterno perpetuó el ritmo de mis latidos. Y la savia sustantiva que emergía de su calidad humana, me acostumbró al paraíso.

Encantada por la lumbre de su transitar fáctico, gocé de su aprecio. Mentor de Noblezas, despojó mi alma de prejuicios. Sus emprendimientos siempre fueron propios de los cielos. Así, me torné nefelibata siguiendo la vibración de su pecho que me salvó del fatuo. Su recia palabra sacudió mi mundo y la vida venció a la arpía, porque yo caía.

Cultivado y transparente, su amistad elevó mi existencia con proverbial persistencia. Promisorio en el amor, intenso en obra, ilustrado, noble y excepcional, de estilo refinado y áureo, enjundioso en sentires y erudito en palabra, su indeleble recuerdo se yergue pletórico.

Empeñoso humanista, su generosidad tornó gratificante la vida a pesar de la indiferencia. Abundante en paciencia, no estimó límites en sus conversaciones aleccionadoras. Jovial, único y heraldo de la verdad, combinó la sobriedad con la delicia de su sonrisa contagiosa.

Empeñoso humanista, su generosidad tornó gratificante la vida a pesar de la indiferencia. Abundante en paciencia, no estimó límites en sus conversaciones aleccionadoras. Jovial, único y heraldo de la verdad, combinó la sobriedad con la delicia de su sonrisa contagiosa.

Fue Duende de irrefrenable mística, lenguaje galano, diáfano y delirante, con su sapiencia abrasiva, inextinguible y reveladora. Hoy, su ausencia corpórea elogia la tinta fresca de su sangre infinita, inefable, vigente y conmovedora.

De mirada etérea, se regeneraba inconmensurable en la alquimia literaria. Esta noche, yacente en la luminiscencia del amor, su corazón hace estación en la cima del alma para enseñarnos cómo aprehender el universo desde los vericuetos del sentimiento. Ciertamente, a pesar del yunque del dolor, la muerte no puede con su petricor.

Aquí me tienes, Padre Mío, a la vera de tu ejemplo. Tu andar virtuoso no acaba. Y aunque mi alma con tu partida está dispuesta a la lanza, no rehuiré si debo beber del costado de la ausencia. Peregrina, adiestraré mi soledad siguiendo tus enseñanzas. No desoiré a la musa fecunda que anida en tu boca. Y cuando la cáscara de mi queja haya caído, bautizaré mi corazón con el agua de tu memoria.

Filántropo exquisito, culto, sensual y sensible, déjame seguirte hasta aquella confidente estrella, donde tus manos dibujan la gramática de las palabras bellas. Mi gratitud es insuficiente para ponderar el efluvio de tu bonhomía. Entre escarceos intelectuales y trasuntos de vida, fueron mayores tus devociones que la vanidad frívola. Tu espíritu arraigado entre la vastedad altiplánica y el valle de tus querencias, prodigó efluvios con quienes acompañaron tus jornadas.

Sé que en la desnudez de la noche tu imagen redimida de la indiferencia, una vez más reclamará mi equívoco, entonces lucharé hasta completar el ciclo. El sepulcro ocultará tu cuerpo aterido y se acrecentará mi miedo, pero Tú, Mentor de Infinitos, impertérrito ante la decadencia, me arrancarás de la galera del desconsuelo, y tus manos divinas señalarán la ruta que debo seguir hasta que un día, digna de tu encomio, pueda besar otra vez tu rostro de Padre Amado y deleitar mi fe en tu frente serena.

Cómo duele, Amador del Regocijo, haber perdido mis alas. Ya no estás y sangran mis pies porque estoy pisando tierra. Apeado en el silencio, con el pigmento almíbar de tus pupilas, sonreirás una vez más al saber de mi consentida pena� Y dejarás que aprenda.

Quijote del Altiplano, quien no detuvo su marcha ni por calendarios ni por la mella del destino y sus duros palos y que, habiendo catado el milagro, hizo obra de todos sus anhelos, me tienes contrita ante Ti para rogarte que detengas las aspas de este corazón arremolinado cuando haya cumplido tus designios. Cual niña eterna esperaré tu rescate en un rincón del olvido. Quiero hacer mutis cabalgando en tu rocín hacia el universo donde moran los ángeles maternos.

No hay escape de esta pena, y la pantomima de mi vida comienza su segunda escena, la de morir útil cada día. Seguiré en los recovecos de la noche ignota o en las mareas rotundas del día, venciendo la desesperanza y la derrota que se me insinúa. Seguiré, muy a pesar de la lluvia que se desliza incontenible de mi forma ósea.

¿Por qué la lágrima si es inmarcesible la silueta de tu vida frutecida? Desde ahora no me detendré en elogiar tu hazaña de Duende Magnánimo. Al leerme, corregirás mi apego al pasado con tu voz tierna. Entonces, obstinada, tocaré a las puertas de tu corazón para fundirme en tu abrazo. Y no querré despertar más de este sueño.

Julia Guadalupe García Ortega

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