Domingo 01 de diciembre de 2019
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En cuanto supe el deceso de mi amigo Lucho, me invadió una profunda tristeza. Es posible que todos los amigos digan lo mismo, pero, entre ellos, quien escribe esta nota, advertiremos además el profundo vacÃo que deja su ausencia. Será como un jardÃn desarraigado, porque su mano de mecenas fue el abono de los frutos que hemos visto.
Deseo recordar la vida de hace algunos años, antes de la etapa fecunda literaria. Evoco el momento en que Lucho era muy entusiasta por la música clásica. DecÃa que la música, la filosofÃa y las matemáticas iban juntas y que inspiraba a poetas y escritores. Por aquellos tiempos solÃan haber tertulias musicales en casas de varios amigos, y allà Lucho solÃa pedir que pongan su melodÃa favorita: La canción del Solveig de la Suite Nº 2 de Peer Gynt, de Edvard Grieg. Nunca la cambió y, sin olvidarla, ingresó en el campo de las letras con gran empeño y entusiasmo.
En las reuniones de la Unión de Poetas y Escritores de Oruro, cuando polemizábamos algún tema especial, al margen de la temática central de la tertulia, nos decÃa que siendo la vida tan breve, habÃa que llenarla con acciones necesarias, útiles y generosas, entregando al prójimo algo de lo nuestro.