Entre el 22, hasta el 28 de febrero hicimos el ejercicio de verificar en nuestros centros educativos, que los profesores de esas regiones no estaban trabajando (Norte de Potosí), sino farreando pues los carnavales estaban en pleno apogeo y ninguna autoridad, absolutamente ninguna, ni alcaldes, ni directores de núcleo y distritales dijeron nada.
Bueno, también ellos estaban en las farras. Es decir, todo el mes de febrero no se trabajó. La excusa de los carnavales, de las inscripciones y las lluvias son suficientes para discriminar y seguir en la tradición de la marginación a las poblaciones indígenas respecto de los conocimientos y los procesos pedagógicos. Eso sí se acata. Como se acatará al pie de la letra los próximos paros y huelgas revolucionarias. La consigna es no trabajar. y finalmente, a fin de año terminarán las clases en octubre o los primeros días de noviembre, como es tradición y costumbre. Es decir se habrá trabajado unos cuantos meses al año, como siempre, a media máquina. Los resultados ya los sabemos: atraso, dependencia, marginalidad.
En tiempos de discursos y parafernalia discursiva: “tiempos de cambio”, la pregunta es obvia: ¿qué es lo que realmente está cambiando? en temas educativos, desde el estado, nada está cambiando. La dura realidad, es la dura realidad. La nueva ley educativa “Avelino Siñani – Elizardo Pérez”, les sigue dando potestad y poder a los profesores normalistas, y estos saben que el poder que tienen no se los quita ni Evo Morales. Por lo tanto nadie les dirá nada, aún farreen todo el mes de febrero en nombre de las costumbres y la cultura; los niños y los jóvenes de las comunidades rurales pues pueden esperar, de todos modos ya esperaron más de 500 años.
Las percepciones de los padres de familia también empiezan a sospechar de que este “proceso de cambio” tiene sus días contados, si es que no hay alguna reconversión radical y fuerte. Han pasado varios intentos y reformas educativas para mejorar la tragedia del sistema educativo; pero nada sucede. Nada cambia nada mejora. La inercia de las costumbres y el poder de los sindicatos revolucionarios del magisterio, son mezclas de alquimia anti indígena y anti boliviana. Los ministros, autoridades de coyuntura estatal nada harán porque sus responsabilidades son pasajeras, y no se pelearán con esos asuntos demasiado poderosos, pues a la vuela de la esquina, como se dice en este país, se las verán las caras con esos personajes. Así las cosas siguen como siguen: sin novedad alguna; pero los discursos se inflaman de rebeldía y conquista de las estrellas.
Y ahora, en estos tiempos de cambio, ¿quién le pone cascabel al gato? las organizaciones sociales son conscientes de esta dura realidad; pero no están siendo acompañadas por el Estado. Las organizaciones sociales pueden actuar; pero no tienen el marco legal respectivo para defender sus derechos, sino en el discurso y las palabras; pero las palabras se las lleva el viento. Cientos, quizás miles, de investigaciones y recomendaciones se han realizado para cambiar las reglas de juego del sistema educativo inoperante y con lógicas precisamente anti indígenas y anti bolivianas.
De nada han servido, como las palabras. El estado, con autoridades pasajeras y políticamente discursivas, no tiene ninguna capacidad operativa de cambiar las cosas. y eso al parecer no cambiará. Por tanto, como casi para todo, sigue siendo un imperativo categórico fortalecer a las organizaciones sociales. Es la única garantía de seguir soñando con algún tipo de estado incluyente, y que realmente refleje las necesidades de este país.
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