Domingo 03 de noviembre de 2019
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He visto a algunos presidentes partir. Casi todos ellos porque los militares lo exigÃan.
Vi cómo se fue VÃctor Paz Estenssoro en 1964, en un avión, rumbo a Lima, traicionado por su vicepresidente, René Barrientos, y por el jefe de la célula militar del MNR, Alfredo Ovando.
En ese caso, la gente sólo habÃa participado en unas elecciones, por supuesto fraudulentas, de un presidente que querÃa postularse por tercera vez, violando la constitución y los propios arreglos internos de su partido sobre la alternancia.
Vi la partida de Hugo Bánzer, que en 1978 habÃa organizado un fraude muy torpe para encumbrar a su pupilo. Alguna idea tenÃa de los números el dictador y cuando ocurrió que los votos contabilizados por la corte electoral obediente a la dictadura sumaban más 100% decidió anularlo todo. Un caso raro de vergüenza ante las matemáticas. Un dictador que habÃa pisoteado todas las leyes y la moral, no pudo pisar las cifras. Se fue.
Y vi como Gonzalo Sánchez de Lozada se fue, vÃctima de sus enemigos y de sus propios colaboradores. Un deficiente ministro cometió el error de rescatar a unos turistas que estaban en Sorata, y llevarlos, sin custodia, a través del territorio de Achacachi. Un error imperdonable. Ningún boliviano, con un elemental conocimiento de la geografÃa del paÃs, podrÃa aprobar semejante operación, conociendo a los achacacheños. Fue el desastre. Los bloqueos de carreteras por parte de los cocaleros ilegales deseosos de sacar su producto en avionetas, sumados a los bloqueos de los aymaras que proponÃan destruir Bolivia y refundar el Tawantinsuyo, llevaron al gobierno de entonces a claudicar.