A medio día mi esposa y yo fuimos a votar. Después de hurgar eventos deportivos y algún drama policial italiano, hasta bien entrada la noche aproveché del control remoto para brincar entre dos fuentes de noticias: la CNN en inglés y una nacional. La una para curiosear sobre la repercusión boliviana en sus titulares; el canal nacional para conocer conteos rápidos "en boca de urna" del sufragio en las elecciones nacionales del 20 de octubre. No podía dormir, así que apelé a mi libretita de apuntes y borroneé líneas que la musa me impulsaba a escribir.
Tanto el Presidente de EE.UU, Donald Trump, como la versión enana que ejerce de Primer Ministro del Reino Unido, son "chocos" al borde de ser albinos. Peor aún, son populistas duchos en el uso de nuevas tecnologías de la comunicación para sus fines, muchas veces en desmedro de la voluntad de sus pueblos y de la democracia.
Los opositores del primero escarban sus ridiculeces lo suficientemente serias para analizar un "impeachment". Preocupa su sacrosanta Constitución y de a poco desnudan sus megalómanas insensateces. Aparte de sus abusos, sus leales han llegado al extremo de realizar un malón al más rancio estilo oclocrático. Descuidan la arista más grave de los desatinos de Trump: la pérdida de credibilidad de EE.UU. Al abandonar a sus aliados kurdos y el vacío en que resurgiría el fanatismo islámico, seguro es que no sólo el Medio Oriente dudará de su política exterior, no se aliará con ellos ni pondrán los muertitos en sus guerras.
Los opositores del primero escarban sus ridiculeces lo suficientemente serias para analizar un "impeachment". Preocupa su sacrosanta Constitución y de a poco desnudan sus megalómanas insensateces. Aparte de sus abusos, sus leales han llegado al extremo de realizar un malón al más rancio estilo oclocrático. Descuidan la arista más grave de los desatinos de Trump: la pérdida de credibilidad de EE.UU. Al abandonar a sus aliados kurdos y el vacío en que resurgiría el fanatismo islámico, seguro es que no sólo el Medio Oriente dudará de su política exterior, no se aliará con ellos ni pondrán los muertitos en sus guerras.
Los opositores del segundo están enfrascados en politiquero "tira y afloja" para sacarle del número 10 de Downing Street. En la orilla continental, ese quitoneo ofende. La Unión Europea (UE) no necesita de Inglaterra; sus otros socios del Reino Unido -Escocia e Irlanda del Norte- están con un pie en el estribo. Pobre Gales, no tiene por dónde salir.
Encima el planeta se debate en crisis y problemas. No es sólo el cambio climático, aunque sea el más importante. Sus corcoveos ya se hacen sentir en tormentas, huracanes incendios, inundaciones, glaciares y hielos derretidos. Las noticias en inglés se ocupan de manifestaciones en Hong Kong, asonadas en Barcelona, tumultos en Beirut, disturbios en Quito. ¡Hasta muertos y destrozos por aumentar pasajes en el metro de Santiago!
De Bolivia, nada. Quizá evidencia cuán poco cuenta este pobre país en la escena mundial, a pesar de la demagogia de espejismos de alcanzar a Suiza y otros papos para encandilar ignorantes. No obstante, luego de 14 años por fin han puesto freno al oficialismo. Ya no habría una aplanadora legislativa digitada por el prorroguista, una de sus falanges.
La otra falange son montoneros que rindieron ingobernable el país antes de 2006, cubrieron de coca la senda de la elección de Evo Morales viabilizando su corrupto régimen. Con fraude electoral la segunda falange clama por la tercera reelección chuta. Ignoran que tapujan abusos de poder del Jefazo y sus adláteres.
Estúpidos los estadounidenses. Piensan que lograrán defenestrar a Trump con sesudos análisis y entrevistas; más aún, teniendo otra justa electoral en 2020 para mostrar su descontento. Obtusos los británicos, que quizá hacen el juego a opositores de Johnson que apetecen su cargo, mientras que poco a poco la UE pierde la paciencia. Inermes los bolivianos cuando acaben las ruidosas camaretas: el dictador despejará bloqueos apelando a gases policiales, bayonetas militares, cocaleros armados y bien "aceitadas" montoneras.
Tres días después de las líneas precedentes, el banquete que enfrentaría a los bolivianos estaba servido. El régimen de Evo Morales no acepta siquiera un balotaje entre los dos candidatos más votados. Tal vez tiene mucho que perder. No será sólo el rechazo electoral: la lista de transgresiones corruptas de su Gobierno es grande. Pudiera costarles varios años de cárcel a los compinches del "gran jefe indio", como felicitó Diosdado Cabello de Venezuela; me hizo imaginarle tocado de plumas como si fuera el piel roja Toro Sentado, pero atornillado al trono en una falsa "Casa Grande del Pueblo".
Pasaron décadas desde que mencioné la nueva modalidad de golpe de Estado de hacer ingobernable el país con huelgas, montoneras y manifestaciones. Ahora Evo Morales probará la amarga receta, pero en su contra: ¡qué paradoja! La diferencia es que al cínico demagogo no le quita el sueño retrotraer la patria a la inestabilidad social que otrora le llevó al poder; ¡qué le importan muertos y heridos que ello provoque! No le preocupa el progreso de Bolivia, cuyos ciudadanos conscientes sólo tienen como arma la desobediencia civil.
Mi prognosis es desalentadora, porque utilizando adjetivos del mexicano Rius, los bolivianos seguiremos supermachos y agachados ya que en nuestras espaldas se pueden sembrar nabos. Ojala me equivoque: ¡viva Bolivia!
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