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En la primera dimensión, es decir la polÃtica, las sociedades encomiendan a los poderes operadores de la polÃtica la capacidad de crear, mantener y gestionar la cultura de un pueblo o un paÃs. En tiempos globales los paÃses poderosos reciben ese mismo poder, pero del tamaño del mundo.
Desde esta dimensión polÃtica se instalan jerarquÃas de valor que en gestión cultural pasan por lo simbólico para hacerse sentido común y están atravesadas por las economÃas, aunque esta es otra tela por cortar.
Se puede hacer una evaluación a partir de los museos creados, los proyectos financiados y los no financiados, e incluso de las recientes declaraciones de la Ministra de Culturas en relación a los millones de hectáreas incineradas en la ChiquitanÃa, publicadas en el medio de prensa escrita Página Siete cuando esta autoridad afirmó que "reportes al 30 de agosto indican que no tenemos daños ni a sitios patrimoniales, ni turÃsticos; igualmente ningún parque o reserva nacional de la ChiquitanÃa han sido alcanzados o afectados por los incendios".
Esa Casa Grande que era el espacio donde habitó un número aún no clarificado de fauna silvestre y donde se expresaban muchas dinámicas culturales ancestrales, fue el medio de subsistencia para muchas comunidades dispersas y ahora su incineración es el motivo para que las mujeres indÃgenas de la Confederación Nacional de Mujeres IndÃgenas de Bolivia (CNAMIB) lleven más de 8 dÃas en vigilia en la capital cruceña para buscar ayuda, visibilizar el problema y captar donaciones.
La otra dimensión que habita en las culturas es lo polÃtico. Este es el terreno del contrapoder, con capacidad de decisión y de cuestionar modelos culturales impuestos por las estructuras de centralización, construyendo permanentemente formas de resistencia e incidencia. Esto es asà porque emerge de ahà el potencial del pueblo para decidir su propia cultura y procesos identitarios. En esto se puede tomar como ejemplo los activismos culturales como Resiliencias en Santa Cruz de la Sierra, los feminismos a nivel mundial y ahora probablemente cobren más fuerza en lo polÃtico los activismos ambientalistas y animalistas.
Lo polÃtico de las culturas y por ende de la gestión cultural se puede entender como una dimensión de autonomÃa y práctica de libertad, no sustituta de un poder por otro, como ese miedo cultural que quieren implantar las Iglesias en relación a una ideologÃa por otra. El sentido polÃtico de la gestión cultural desde esta otra cara dista bastante de la autonomÃa que se construyó para ir a las urnas y votar candidatos en las centralidades municipales y departamentales.
* Comunicadora Estratega y gestora cultural
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