Domingo 15 de septiembre de 2019
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A pocas semanas de las elecciones generales en nuestro país, arrecian las campañas de los candidatos. Ahora, el oficial, tan objetado, está en ello, pese a la tragedia de los incendios en la Chiquitanía que desató. Lo normal, en otras circunstancias, es dar seguridades de que "la celebración de elecciones (serán) periódicas, libres, justas y basadas en el sufragio universal y secreto como expresión de la soberanía del pueblo?". (Carta Democrática Interamericana. Art.3).
En realidad, votar es simple: se marca una papeleta del candidato preferido o se vota en blanco. Pero, en algunos casos -como ahora en nuestro país- se puede contribuir al retorno de la democracia o a confirmar una autocracia.
Hay que convenir que la oposición en Bolivia está entrampada. Todos los candidatos dicen ser demócratas y las promesas en unos casos abundan y en otros, se advierte un oculto continuismo irresponsable. Pese a ello, la ciudadanía, que mayoritariamente es adversa al actual oficialismo, recibe la falacia, cargada de irresponsabilidad -o falta de razonamiento-, la consigna de "votar por cualquiera", con el solo argumento de evitar el continuismo del oficialismo. Es más, se incita a que se vote por quien, circunstancialmente, figura como el candidato opositor con más apoyo, según las encuestas.
Pero la cuestión no es solo sustituir a un régimen fracasado; lo que en verdad es importante y trascendental es elegir a quien pueda ofrecer al país un verdadero retorno a la legalidad y a la democracia, sin promesas populistas que pudieran dar continuidad a un modelo político y económico ya fracasado. En otras palabras, no se puede caer del fuego a las brasas.