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Yukio Mishima tenÃa 45 años y era el escritor más exitoso de Japón. HabÃa publicado 40 novelas, 20 libros de cuentos, alrededor de 20 ensayos y 18 obras de teatro. HabÃa dirigido, escrito y actuado varias pelÃculas. Sus obras se leÃan con devoción en Japón y se difundÃan profusamente por el mundo.
En julio de 1970, Mishima publicó en el diario de mayor tirada de Japón un texto breve titulado Mis últimos veinticinco años. "En estos veinticinco años he perdido una a una mis esperanzas. Si hubiese concentrado mis esperanzas en desesperar, tal vez habrÃa conseguido algo más -escribe Mishima en el párrafo final-. Cada dÃa crece más en mà la certeza de que, si nada cambia, Japón está destinado a desaparecer. En su lugar quedará, en una punta del Asia extremo-oriental, un gran paÃs productor, inorgánico, vacÃo, neutral y neutro, próspero y cauto. Con los que consideran que ello puede ser tolerable, prefiero ni siquiera hablar".
La mañana del 25 de noviembre Yukio Mishima deja con prolijidad sobre una mesa el manuscrito definitivo de su última novela, La corrupción de un ángel, con la que completa su ambiciosa tetralogÃa El mar de la fertilidad. Es la fecha en que habÃa comprometido la entrega al editor.
Una vez reunidos los soldados, Mishima se dirige a ellos montado sobre la balaustrada de un balcón del primer piso. Los soldados no escuchan la arenga. Abuchean, insultan, se rÃen. La arenga debÃa durar treinta minutos. A los cinco minutos Mishima desiste y reingresa al despacho de Mashita. No debe demorar más su cometido.
Mishima se quita la chaqueta y se arrodilla en el suelo con el torso desnudo. Los ojos de Mashita se desorbitan. Los cuatro acólitos de Mishima ocupan sus lugares.
El rito va a comenzar.
Mishima blande en el aire la espada centenaria. Dos dedos de la mano izquierda masajean una zona del estómago. El cuerpo se balancea ritualmente. Por allÃ, con un suave silbido al atravesar el aire, ingresa el filo acerado. Mishima pronuncia sus últimas palabras: "¡Tenno heikai Banzai!" ("¡Larga vida al emperador!"). Tres veces lo repite. Tensa el tórax. Y pega un grito gutural. Sordo, heroico, grotesco.
El ritual no concluyó. Falta otra muerte. Otro Seppuku. El del segundo de la milicia, el que falló en terminar la tarea de rematar a Mishima. Sigue los mismos pasos. Otro cabeza rueda.
Los tres sobrevivientes sufren en silencio. Contienen las lágrimas. Deben vivir para brindar testimonio. Ese es su sacrificio: resignar el honor de morir.
"Aquel suicidio no fue, como creen los que nunca han pensado en tal final para sà mismos, -escribió Marguerite Yourcenar- un brillante y casi fácil gesto, sino un ascenso extenuante hacia lo que aquel hombre consideraba, en todos los sentidos de la palabra, su fin propio".
Las exequias son multitudinarias. HabÃan pasado veinticinco años desde los últimos seppukus llevados a cabo tras la rendición en la Segunda Guerra Mundial. La última actuación de Mishima habÃa sorprendido y desagradado a muchos. Sin embargo, la gente concurrió en masa a despedir a su autor más celebrado.
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