Después de la promulgación del Decálogo en el Sinaí, Moisés erigió lo que se vino en llamar el Tabernáculo, dentro de cual se guardaba celosamente el Arca, y dentro del Arca las Tablas de la Ley, que los israelitas transportaron durante su tiempo de peregrinación en el desierto en busca de la Tierra Prometida. Cuando David tomó Jerusalén, su primer acto consistió en levantar un altar para el sacrificio, dando inicio a los ritos sagrados. Más tarde, Salomón su hijo construyó el gran Templo alrededor del año 1005 aC sobre el monte Moriá. La edificación del Templo, el acto más importante de Salomón, fue una obra colosal. El Templo era el centro del culto judío.
El año 70 dC las legiones romanas destruyeron la mayor parte de Jerusalén y el Templo. Previamente el año 66 dC los judíos se habían rebelado contra el emperador. El historiador Josefo, que contempló los hechos de primera mano detalla lo acontecido. En el arco triunfal de Tito en Roma, ha quedado grabado el saqueo de los objetos sagrados del Templo de Jerusalén por parte de los legionarios romanos. El Arca y los Diez Mandamientos se perdieron completamente, un millón de judíos fueron masacrados, iniciándose la diáspora del pueblo judío. Dicen los autores cristianos, que antes de esa destrucción, el Espíritu del Señor ya había abandonado el Templo, simbolizado dramáticamente cuando expiró el Señor: “Y el velo del Santuario se rasgó en dos de arriba abajo” (Marcos 15, 38); “en esto, el velo del Santuario se rasgó en dos, de arriba abajo, tembló la tierra y las rocas se hendieron” (Mateo 27, 51).
Juliano llamado el Apóstata, se convirtió en heredero del Imperio romano ante la repentina muerte de su primo Constancio II. Una vez llegado al trono, Juliano renegó públicamente de la fe cristiana, llevando adelante un vicioso plan de reactivación del paganismo de acuerdo a su propia concepción, con el objeto de impedir la expansión de la Verdadera Fe, reeditando antiguas divisiones y cismas eclesiales. No obstante todo eso, la apostasía fue escasa.
En la configuración que impulsó a la pagana anti-Iglesia, se atribuyó a sí mismo el título de Pontifex Maximus, organizó cuadros pseudo sacerdotales y, como parte de su sistemático plan de acabar con el Cristianismo, puso todas las energías posibles en la reconstrucción del Templo de Jerusalén, haciendo de éste un proyecto imperial de primer orden. Juliano el Apóstala consideraba que reconstruyendo el Templo haría mentirosos a los profetas, y al mismo Jesús, quien había sentenciado: “¿Ven todo esto? En verdad les digo que aquí no quedará piedra sobre piedra. Todo será destruido” (Mateo 24, 2). El esfuerzo consecuentemente fue abandonado. En mi artículo “Aplasten a la infame” detallo los hechos.
En la Antigua Alianza nunca se confunde el Santo, que es uno, con las múltiples “sacralidades” que la manifiestan y aproximan a su pueblo, en la religión judía “no había espacio religioso ni para los ídolos, ni para la magia” (Isaías 44).
En la Nueva Alianza, sólo en Cristo confluyen el Santo y lo sagrado. “Y en Cristo, en su Cuerpo, que es la Iglesia, son sagradas aquellas criaturas -personas, cosas, lugares, tiempos- que, en modo manifiesto a los creyentes, han sido especialmente elegidas por el Santo para obrar la santificación”. Por lo tanto santo y sagrado son distintos.
En las últimas semanas, se ha hablado de una “Zona Cero” en referencia al atrio y la plaza contigua del Santuario Diocesano de nuestra Señora del Socavón. La Ley promulgada el 1 de agosto de 2003, “declara como Campus Mariano y Lugar Sagrado a los espacios inmediatos al Santuario del Socavón, con la finalidad de crear en el Santuario y su entorno un ambiente de oración, de recogimiento y de silencio”, y “prohíbe el asentamiento de puestos de venta en los espacios comprendidos” en dicho Campus Mariano.
Santuario (del latín sacrarium), es "una iglesia u otro lugar sagrado al que, por un motivo peculiar de piedad, acuden en peregrinación numerosos fieles, con aprobación del Ordinario del lugar". “El santuario, como las iglesias, tiene un gran valor simbólico: es imagen de la ‘morada de Dios con los hombres’ y remite al ‘misterio del Templo’ que se ha realizado en el Cuerpo de Cristo” (Directorio sobre la piedad popular y la liturgia N.º 263).
Consecuentemente en la “geografía de la fe”, la “Zona Cero”, viene a ser el propio santuario, porque ése es el lugar sagrado, que canónicamente ha sido reconocido como tal, con la finalidad específica de acoger las peregrinaciones del pueblo de Dios que acude para adorar al Padre, profesar la fe, reconciliarse con Dios, con la Iglesia y con los hermanos, e implorar la intercesión de la Madre del Señor o de un Santo.
“Siendo las formas concretas de lo sagrado expresión colectiva y pedagógica del misterio de la fe, fácilmente se comprende el derecho que la Iglesia tiene, y el deber, de configurar lo sagrado, estableciendo unos usos, o aprobando al menos ciertas costumbres, pues ella tiene autoridad para cuidar la manifestación visible del Invisible. La Iglesia, efectivamente, que custodia la fe y la transmite, ha de velar con autoridad apostólica por la configuración concreta de lo sagrado -imágenes, templos, cantos, ritos (Encíclica Sacerdotalis cælibatus 22), vida sacerdotal, vida religiosa-. Y hay en los fieles, claro está, una obligación correspondiente de obedecer las normas litúrgicas de la Iglesia”.
(*) Director Nacional Pioneros de Abstinencia Total
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