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Domingo 01 de septiembre de 2019

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Revista Dominical

Litoral Boliviano a través de Alcide d´Orbigny

01 sep 2019

Por: José E. Pradel B.

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Considerado por Fernando Diez de Medina como ´sabio y poeta´, el naturalista Alcide d´Orbigny fue un multifacético personaje francés que recorrió nuestro país entre 1830 a 1833. Proveniente de una familia de médicos d´Orbigny, nació en Coveron, Loire, el 6 de septiembre de 1802 y falleció en Pierrefitte, el 30 de junio de 1857. Estudió Humanidades en La Rochelle y a la edad de 20 años presentó a la Sociedad de París un interesante estudio sobre moluscos gasterópodos.

Comisionado por el Museo Nacional de Historia Natural de París, arribó a la costa de Río de Janeiro (Brasil), en 1826, desde este lugar comenzó su itinerario por la América del Sur. Consecutivamente, recorrió Montevideo, Buenos Aires, Paraná, la Provincia de Corrientes, el territorio de Misiones y transitó por Gran Chaco. De regreso a Buenos Aires recorrió la Patagonia, donde participó en la defensa de la colonia del Carmen a orillas del río Negro. De retorno por segunda vez a Buenos Aires continuó su viaje hacia Chile por el Cabo de Hornos.

Comisionado por el Museo Nacional de Historia Natural de París, arribó a la costa de Río de Janeiro (Brasil), en 1826, desde este lugar comenzó su itinerario por la América del Sur. Consecutivamente, recorrió Montevideo, Buenos Aires, Paraná, la Provincia de Corrientes, el territorio de Misiones y transitó por Gran Chaco. De regreso a Buenos Aires recorrió la Patagonia, donde participó en la defensa de la colonia del Carmen a orillas del río Negro. De retorno por segunda vez a Buenos Aires continuó su viaje hacia Chile por el Cabo de Hornos.

De Valparaíso llegó a las costas bolivianas en abril de 1830. En el puerto boliviano de Cobija se detuvo unos días y sobre dicha rada apuntó: "?Al aproximarnos a la costa, después de llegar a Cobija, observé que todos los puntos rocosos, bastante altos para estar al abrigo del oleaje, quedan teñidos de blanco, color que afecta también las cimas de las barrancas de la costa. Ese fenómeno me hizo pensar mucho y pedí en vano a la geología una explicación, que la zoología debía darme más tarde. En efecto, esa materia blanca, a menudo en capas muy espesas, era simplemente estiércol de pájaros, conocido en el país con el nombre de guano y constituyendo como abono una de las principales ramas del comercio de la costa. Sería difícil explicar este conglomerado tan considerable por la cantidad ordinaria de pájaros que estamos acostumbrados a ver en nuestras costas (Francia, J. P.), pero en América no sucede lo mismo. El gran número de lugares deshabitados permite a la gente alada anidar en paz; mientras que ese mar virgen a la pesca, y tal vez uno de los que contienen más peces en todo el mundo, les ofrece un alimento fácil. Esos animales son tan numerosos que, en ciertas estaciones, sus diversas especies oscurecen el aire con sus bandadas viajeras. Esos pájaros de mar, al descansar siempre para dormir en gran sociedad sobre los mismos lugares, aumentan diariamente la capa de guano, y como no llueve en el país, el suelo no es lavado por esos aguaceros a que estamos acostumbrados en Europa; esos montones no pueden, pues, ser sacados más que por la mano del hombre.

Los puertos de Valparaíso, Coquimbo y Copiapó en Chile, de Cobija en Bolivia, y de Arica, Ilo, Islay y Pisco en el Perú, están formados de puntas de tierra que defienden de los vientos reinantes del sur; por eso cuando el viento norte, muy raro, sopla a veces, desde mayo hasta agosto, ocasiona grandes pérdidas al comercio. Me impresionó la sencillez del puerto, al acercarme a Cobija, donde, en una costa cornada paralelamente de norte a sur, una punta baja, que avanza en el mar, se presenta a la vista como el único abrigo del puerto de Bolivia. Esa punta de roca, sobre la cual flotaba una bandera blanca, ocultaba algunos barcos anclados. Franqueamos pronto esa bandera y nos hallamos en medio puerto.

Si el perfume de las flores y el aspecto grandioso de la vegetación del Brasil, exaltó mi espíritu al llegar a Río de Janeiro, estuve muy lejos de experimentar las mismas emociones al recorrer con ojos la campaña de Cobija. Me sentí, por el contrario, profundamente entristecido, buscando inútilmente rastro de vegetación. La naturaleza parecía estar de duelo y lejos de hallar en esta tierra tan alabada del Perú, la riqueza proverbial de aspecto, cuya idea despierta su nombre en todo el resto del mundo, veía a la derecha un cabo negro, formado de rocas deshechas, frente, una costa donde el oleaje rompía con estrépito, en medio de las rocas; algunas casas de pobre apariencia, al pie de la barranca cortada a pico; y, arriba , una llanura en pendiente completamente pelada, que parte del mar y se eleva poco a poco hacia montañas abruptas, también secas peladas. Todo atractivo desapareció; y experimenté, no sin vivo sentimiento de tristeza, el doble temor de no hallar nada pintoresco en esa tierra ingrata y ver defraudadas por completo todas mis esperanzas de descubrimientos. Sin embargo, reflexionando, al ver esa costa accidentada, esa vasta extensión marina, y arriba rocas peladas, pensé que la zoología marítima y la geología me ofrecían todavía tesoros y bastantes medios para llenar los momentos de descanso.

Descendí a tierra con esas nuevas impresiones. La chalupa me condujo a un punto de donde se hacía sentir una resaca muy fuerte. Al principio no se veía otra cosa que los rompientes; pero pronto pasamos con el oleaje entre peñascos, para aguardar luego el momento favorable, en que las olas nos empujaban a la playa. No pude, sin embargo, desembarcar sin ser mojado de pies a cabeza; accidente, es cierto, de los graves en los trópicos, y que no me impidió efectuar visitas. Me presente ante el gobernador de la provincia, quien me acogió con suma cordialidad y conocí después a los jefes de muchas casas de comercio, entre los cuales citaré a mi compatriota, el señor Huber. Todos me recibieron de manera más amable, con esa franqueza que se halla sólo en los puertos alejados de las ciudades, convertidos en lugares de cita de todas las naciones".

Un reporte de empadronamiento de los pobladores extranjeros en Puerto La Mar o Cobija publicado en el periódico ´El Iris de La Paz´, en la época que el naturalista francés visitó la citada rada, puntualiza la presencia de 8 varones franceses.

Posteriormente d´Orbigny, se dirigió al puerto de Arica desde donde viajó a La Paz. Luego se internó en los valles cochabambinos y anduvo en las región de Chiquitos, Santa Cruz, la entonces región Moxos y el Chaco. Es necesario mencionar, que durante el recorrido que realizó por nuestro país, estuvo acompañado por el dibujante Emile Lassalle, el preparador o taxidermista François Rossignon, el alemán Moriz Bach y el boliviano Juan Sánchez, entre otros.

Como resultado de sus investigaciones etnohistóricas y etnográficas d´Orbigny compuso las obras: Voyages dans l´Amérique Méridionale y L´Homme Américain, también a encargo del Presidente José Ballivián publicó en 1845, el libro: Descripción geográfica, histórica y estadística de Bolivia. La citada representación del litoral boliviano proviene de la primera obra citada.

A través de esta nota homenajeamos la labor realizada por d´Orbigny y damos a conocer una interesante descripción poco conocida, que aporta valiosa información sobre nuestra heredad territorial usurpada en 1879.

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