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Domingo 04 de marzo de 2012

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Cultural El Duende

Antonio Terán Cabero

04 mar 2012

Fuente: La Patria

José Antonio Terán Cabero. Cochabamba, 1932. Abogado, Premio Nacional de Poesía 2003 con su libro Boca abajo y murciélago. Perteneció al Grupo Gesta Bárbara. Según su testimonio, ha publicado poco por ser escrupuloso y exigente con su obra. • Poemarios: Puerto imposible (1963); Y negarse a morir (1979); Bajo el ala del sombrero (1989); Ahora que es entonces (1993); De aquel umbral sediento (1998). Los versos que siguen están incluidos en la Revista Municipal de Cultura Canata, 1961.

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Ahora que las nubes se descuelgan del cielo

I

Ahora que las nubes se descuelgan del cielo

extrañamente rojas y coléricas

y es del odio la víspera esta tarde,

el prólogo luctuoso

que el corazón registrará

melancólicamente el día del recuerdo,

pesa en mi voz el tiempo de las sombras…

Algo que estuvo sepultado

en la vergüenza,

en el ciego misterio que te ama

como el mar a sus víctimas,

en todo el muro que te cerca

y vigila tu joven crecimiento

y tu secreto inútil.

Dolido de su muerte el planeta recoge

las sílabas finales del crepúsculo.

Ronda un llanto impreciso

la eternidad del beso insatisfecho.

Más absorta que nunca la pupila

donde nace este amor,

más sola mi tristeza, como lápida.

Gaviota enamorada de los sueños,

queda el musgo amarillo para aquella esperanza.

Ningún pájaro dulce ha de iniciar el alba.

Y aquí estoy a tu puerta,

cuerpo mío, mujer, sándalo de mis prados,

casi al fin de la noche,

como un recién llegado pie de luna en la brisa,

para empezar de nuevo

infinito camino, polvo de tanta muerte.

Otro aire, otro cielo, otra angustia quizá

ceñirán mis palabras,

las que nacen y mueren en tu boca celeste.

III

Largo tiempo he dejado

correr mi corazón por los caminos…

Ausente está la herida

que inauguró en mi sombra tu recuerdo.

Hasta he llorado esta mañana

frente a un súbito trino.

Y sin embargo vuelves

a retomar tu lágrima inconclusa

en un soñado y lento

atardecer de ojos que yo creía muertos.

Nada pueden cerrojos,

te adentras sin llamar

convaleciendo apenas en el beso.

En mitad de mi duelo

ya te instalas paloma en mi escritura.

Duda que nos construye

Reclamando desiertos arenales.

Y este alígero don

de revivir las tumbas que he creado,

Esta infausta cabeza de dos ríos

tumultuosos y adversos.

Ciego, ciego este agosto empobreciendo

el alma de los musgos que tú dejas.

Sin ti el olvido tiembla

sobre sus propias túnicas

y duele el corazón como si fuera

el último milagro tu sonrisa

y en la almohada de luto se tiñera la vida.

Nada queda del hombre

sino su rebeldía.

Y este mi traje gris, mi sepultura,

mi prestada camisa

y el pequeño sonido golpeándome las ansias.

La noche reconstruye su afilado cuchillo

y pasa ante mis ojos

como un perro cansado.

Templo de mi oración,

atrás queda el refugio de tus senos.

Ya nada sobrevive,

dispuesto el corazón cabe la sangre,

Lázaro matutino voyme ahora.

Las lámparas ahogadas,

la burbuja en final de despedida,

el corazón violento y sin arena.

¿Cabe acaso otro sueño?

Mariposa sonámbula, tú quedas

–herida, anhelo, búsqueda–

a redimir mi sombra.

V

Anoche lo enterraron con cuatro cirios verdes.

Amor para el martirio

tenía que morirse, así, súbitamente.

Nada fue tan construido para el aire,

nada fue la tormenta

borracha de espirales

ni la amarga ventana del sollozo.

Hoy mármoles oscuros

me habitan la mirada,

vuelve mi brazo, solo, hacia la noche,

y mi canción es el cadalso

que le pusiste al viento.

Hasta aquí subió la pena, mi búsqueda

infructuosa y tu crispada mano.

Aquí termina el hombre

y la existencia clara de la acequia.

Río de cuatro muertes cruza el ceño,

alba que no esperamos,

enloquecida rosa de los vientos,

hijo ahogado en el miedo

y este último que queda, tan descalzo.

Anoche lo enterraron. Sin cruces. No hubo tiempo.

Ahora tu campana se prolonga en las calles

con cuatro cirios verdes…

Fuente: La Patria
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